Los murcianos sufrieron una de las peores crisis de su historia a finales del siglo XIX, hasta el extremo de que durante esos años suspendieron el Entierro de la Sardina, el Bando de la Huerta y el Testamento e la Sardina. Esta suspensión tiene un aspecto positivo para este cronista, ya que en su día pude estudiar con detenimiento la celebración de estas fiestas. Al no celebrarse durante todos estos años, los murcianos se dedicaron a recordar su celebración a lo largo del siglo XIX, en la etapa en que se desarrollaron y que por razones desconocidas no había referencias en la prensa. Se recordaba una información de la que se carecía con notas en los diarios de la época. La realidad se puede apreciar en el siguiente relato resumido, de lo sucedido durante esos años:

«Año 1881. Inundaciones en las huertas de Murcia y Orihuela. Año 1884. Se inicia una epidemia de cólera. Intentos para afrontar la enfermedad mediante el establecimiento de lazaretos y control de tráfico de personas y mercancías. Apertura de lazaretos en Santa Catalina del Monte y Espinardo en el mes de septiembre. Medidas de precaución tomadas para evitar la extensión de la epidemia. Cordón sanitario alrededor de la ciudad de Murcia. Se intensifican los controles sanitarios; especial referencia a Orihuela. Año 1885. Año de cólera. Gran epidemia de cólera en toda la provincia de Murcia. Información de los municipios donde la epidemia fue más virulenta: Cartagena, Murcia, La Unión, Lorca, Caravaca, Águilas, Mazarrón, Ricote, Molina. Año 1888. Rebrote de cólera. Nuevo brote de cólera. Año 1890. Recrudecimiento de la epidemia de cólera. Año 1891. Nuevo brote de cólera. Año 1895. Año de inundaciones. Importantes inundaciones en las tres Vegas. Inundación en Calasparra y Cieza. Inundación en Murcia. Rotura del Trenque de Don Payo e inundación de la Vega Baja. Año 1897. La Guerra de Cuba. Estado de sequía. Año 1898. Año de inundaciones; desastre de Cuba. Lluvia e inundaciones. Temporal generalizado».

La causa fundamental de las epidemias de cólera que padeció Murcia y su Huerta tuvieron su origen en las reiteradas inundaciones y sequías que durante esos se produjeron. Durante las inundaciones toda la zona de riego del río Segura se inundaba, permaneciendo en este estado muchos meses, al carecer de un sistema de desagüe adecuado. Para evitarlo se impuso la necesidad de contar con agua potable: Aguas Potables de Santa Catalina del Monte abastecieron zonas extensas; la explotación de pozos artesianos con extracción de agua no contaminada; y sobretodo la modernización de los sistemas de regadío que impidieran que el agua estancada en zonas de huerta permaneciera hasta descomponerse, provocando las epidemias de cólera, paludismo... Conviene recordar los ´riegos de gracia´, permanentemente vigentes. El desastre de la Guerra de Cuba fue el colofón de este triste periodo para Murcia.

Las grandes fortunas se habían ido disolviendo, y los empleados de las distintas empresas murcianas, gente joven, con ganas de destacar y de ganar una peseta, estaban dispuestos a una actuación permanente e ininterrumpida que les permitiese ganar puestos en la escala social, bastante cerrada de aquella época. La lectura de un comentario que publicó El Diario de Murcia el 19 de enero de 1887 puede entenderse como una declaración de principios.

«No cabe duda de que la mayoría de los socios de las dos cooperativas que existen en esta ciudad tienen cierta desilusión respecto a los beneficios que les han producido. ´Diez duros tengo yo ahí metidos ¿y qué?´, dicen los que llevan una acción».

Los aficionados a los toros no quisieron prescindir de esta fiesta, y el dinero no circulaba lo suficiente. La recién inaugurada plaza de toros de Murcia, —11 octubre 1886, con capacidad para 18.000 espectadores—, dejó de ser un buen negocio al tener que pagar los socios de la cooperativa el importe total de la inversión que se había disparado por el desfase entre los presupuestado y lo invertido.

Los impuestos que afectaban a las corridas de toros se hicieron cada vez más fuertes y la picaresca murciana simulaba celebrar las corridas en beneficio de los asilos; otras veces se organizan empresas de toros como El Cencerro, y su sustituto, Los Doce Amigos, para la celebración de unas modestísimas corridas de toros. Recordemos brevemente dos de ellas:

Un intento de ´corrida de toros limpios´, en 1907. Sirve de base a este comentario una carta de Joaquín Martínez Taller al director de El Liberal, del 7 de mayo de 1907, en la que narra, como eludir su responsabilidad, en la compra de cuatro toros del ganadero Damián Flores, de Albacete, por un precio inicial de 3.000 pesetas el lote, y con la promesa de que ´algo se descontaría´, ajustando la corrida de cuatro toros en 2.500 pesetas con la condición expresa del ganadero de que hiciese constar en todos los carteles anunciadores que se trata de ´toros limpios´ (son toros no toreados ni en plazas, ni en cerrados, ni en deshechos de tientas).

La actuación de Joaquín Martínez como representante de la empresa taurina El Cencerro fue ratificada de palabra por unanimidad de los socios. Ante la propuesta de retrasar la corrida para que los toros engordasen y tuvieran mejor presencia, Joaquín contestó que lo interesante era la calidad de los toros, que embistieran, y lo del peso era lo de menos. Se produjo un escándalo en esta corrida.

El 17 de junio del mismo año, 1907, se celebró en la Plaza de Toros de Murcia una novillada organizada por Los Doce Amigos, sucesores de El Cencerro, que organizaron la corrida anterior, con cuatro toros de la ganadería del Cura de la Morena, para los matadores Tacerito y Sainero, nuevos en la plaza. Este es el relato de la novillada.

El primero, Un excelente buey, fue condenado a banderillas de fuego. Tacerito «soltó un sablazo que acabó con el de La Morena». Una oreja y bronca. El segundo. Con iguales características de buey. Cuando se iniciaba la faena, se tiró al ruedo uno de Churra que salió mal parado. El toro topó con los caballos, y malamente fue banderilleado. Sainero no hizo nada con el becerrete que, aburrido, se acostó. El tercero. Hermano del primero, condenado a banderillas de fuego, pasó a Tacerito, que brindó su muerte. El toro «sabía más matemáticas que un catedrático». La estocada fue pellejera, con una aparatosa cogida. Al final mató, soltando la estocada de la tarde. El cuarto. De menos libras. Tenía él solo más cuernos que sus tres hermanos juntos. De refilón, mató tres caballos. Banderilleado como los anteriores, Sainero puso fin a la fiesta. Un suicida se arrojó a la plaza, colocándose delante del cornúpeto y tuvo una aparatosa cogida que le llevó a la enfermería, produciendo la natural impresión en la plaza. Otro espontáneo fue cogido aparatosamente. Recogido en el suelo sólo tenía dos enormes porrazos. Llevaba en la cintura un gran puñal, sin vaina. Sainero, se dijo: «A mí no me mata ese toro». Será un fresco, pero por ese camino pocas cornadas recibirá.

Fuentes: Diario de Murcia, 19 enero 1889; El Liberal, 17 junio 1907.

Documentación: Soledad Belmonte.