Ha llovido toda la noche y mi hijo salió ayer de casa en camiseta», le decía una mujer al quiosquero el domingo por la mañana. Fingí echar un vistazo al expositor de revistas para continuar escuchando la conversación. A veces, la vida verdadera se manifiesta en estos pequeños grumos. Viviendo, como vivimos, en un puré donde apenas se habla de algo que no sea la crisis, da gusto tropezar con algún coágulo, por pequeño que sea, de existencia cotidiana. El quiosquero dijo a la mujer que no se preocupara, que los jóvenes lo aguantaban todo. «Eso creen ellos», respondió ella con un poso de intranquilidad. El caso es que eran las nueve de la mañana y el hijo no había vuelto todavía. No es que le paciera raro, pues lo normal era que los domingos regresara tarde, pero ella no terminaba de acostumbrarse.

—Me levanto —dijo—, me asomo a su cuarto, veo la cama vacía y siento pena, aunque el chico hace lo que hacen todos a su edad.

Llegó una señora rubia, y muy bajita, con la que el quiosquero y la mujer volvieron a comentar la tormenta nocturna. Como mi presencia comenzara a resultar incómoda, o eso me pareció, pagué los periódicos y me fui. Al rato, me encontraba en la cafetería del barrio donde desayuno los domingos, cuando entró la mujer del hijo desaparecido, que se sentó a la barra.

—¿No habrá venido mi hijo a desayunar? —preguntó al camarero.

—Todavía, pero debe de estar al caer.

La mujer pidió un café, abrió el periódico y comenzó a leerlo. Cada poco miraba hacia la puerta, como si tuviera la superstición de que, cuantas más veces mirara, más posibilidades habría de que apareciera el hijo, que se presentó a la media hora, con la cabeza y la camiseta mojadas. Le calculé unos veinte años. Era guapo y derrochaba vitalidad. Madre e hijo se besaron y él pidió un zumo de naranja, un café y dos raciones de churros, pues dijo que venía con hambre. La madre había cambiado completamente su expresión. Estaba, si no feliz, relajada, tranquila. He aquí, me dije, una pequeña historia familiar que vale por todo lo que trae hoy el periódico. Al abandonar la cafetería, volvía a llover.