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icen que los niños nacen con un pan debajo del brazo, pero yo creo que lo mejor sería que los niños, en vez de con un pan, naciesen con un botón de apagado debajo del sobaco, como esos que tienen los lavavajillas o las lavadoras. Eso facilitaría muchísimo las cosas. Y es que los niños son un coñazo, una pesadez, un engorro. Y no lo digo yo; según parece, a través de las encuestas que publican algunos medios, casi la totalidad de los padres creen que las vacaciones de verano son excesivamente largas, y desearían que los colegios empezasen antes y terminasen después. A poder ser, como los grandes bancos; 365 días al año, 24 horas al día. Tal vez algún ingenuo pudiese pensar que este interés de los padres por ampliar el calendario escolar tiene algo que ver con lo educativo, pero nada más lejos de la realidad. Si el interés por reducir las vacaciones fuese educativo, los padres también lo solicitarían para el instituto e, incluso, la universidad.

Pero, claro, nadie aborda ese tema porque a esas edades los chavales ya son lo suficientemente mayores como para ir, regresar y quedarse solos en casa. Por tanto, el problema son los más pequeños, que aún no tienen la autonomía suficiente como para que sus padres pasen de ellos -aunque en un futuro ellos pasarán de sus padres-.

También se puede pensar que este problema de las vacaciones surge por la necesidad de los padres de que sus hijos estén a buen recaudo mientras ellos trabajan. Pero, claro, viendo la cantidad de bebés que se arrastran por las guarderías mientras sus madres -o sus padres, por eso del machismo-, están en casa tocándose la zambomba, tampoco parece del todo creíble. Mucho más si tenemos en cuenta la cantidad de actividades extraescolares que tienen los niños de hoy, que, entre el inglés, la piscina y el thai chi, llegan a casa más tarde que sus propios padres. Pero, incluso, aunque este aspecto fuese cierto, se estaría hablando entonces de una función asistencial, nunca educativa, con lo cual no tiene mucho sentido que esa vigilancia veraniega sea realizada por maestros, que no han estudiado para eso.

Con respecto a esto de las vacaciones, hay algunos pedagogos -válgame el Señor- que señalan que cuantos más días de clase mejor, porque -por lo visto- se mejoran los resultados. No sé de dónde habrán sacado estos lumbreras esas conclusiones, pero, evidentemente, esa gente nunca ha tenido que dar clase a veinticinco alumnos de sexto a cuarenta grados de temperatura, porque comprobarían muy rápidamente que no sólo no aumentan sus aprendizajes, sino que incluso pueden llegar a 'desaprender' los ya adquiridos. Hay, por último, quien afirma que, en honor a la verdad, el único problema es que los maestros se cargan de absurdas justificaciones porque, en realidad, no quieren perder sus vacaciones. Y puede que sea cierto, pero, en honor a la verdad, también se puede afirmar que hay padres que no quieren ver a sus hijos ni en pintura.

En definitiva, que por unas cosas u otras, en esto de las vacaciones, el verdadero engorro es el niño, ese ser endiablado que no para quieto y que no sabemos dónde encerrarlo para que nos permita ir a trabajar o tomarnos unas cañas tranquilitos en un chiringuito de la playa. Así que, como decía al principio, lo mejor sería que los niños naciesen con un botón de apagado debajo del sobaco, para que sus padres pudiesen desconectarlos cuando les viniese en gana. O, mejor, que se los queden los maestros, que, total, para lo que hacen.

O, mucho mejor, que nazcan y se eduquen solos, qué carajo.