Navegando en los recuerdos de mi infancia hago un alto en el camino e inevitablemente me vienen a la memoria nítidos recuerdos de los viajes en coche que hacía con mi familia desde Lorca a Águilas. Aquella carretera era el festival de las curvas, a cual más pronunciada, en un trayecto en el que la ausencia de aire acondicionado de los años ochenta implicaba más de un mareo, con parada y vomitona incluidas. También recuerdo la primera vez que intenté peinarme, sin buen resultado, y mi abuela me espetó una frase por entonces comúnmente entonada: "Te has hecho la raya con más curvas que la carretera de Águilas". Gráfico a la vez que aterrador, pues yo no podía evitar sentir ante tal comparación mi estómago precipitarse en un vacío angustioso.

Han pasado ya muchos años desde que la antigua carretera de Águilas pasó a convertirse en lo que todos mal llamamos "autovía de Águilas". Durante los años noventa aquel conjunto de vertiginosos giros y peraltes fue transformado en una carretera desdoblada con dos carriles por sentido. Esta obra se vendió a la ciudadanía, que por entonces comenzaban a disfrutar las nuevas autovías españolas, como el chocolate del loro.

La inversión de esa 'autovía' que nunca lo fue se consiguió gracias a la influencia de Carlos Collado. Visto desde la perspectiva del tiempo el legado es desastroso. La actual carretera sigue teniendo demasiadas curvas, desniveles y lo más importante y peligroso: está plagada, como si de una enfermedad se tratase, de accesos directos a fincas particulares, signo éste hereditario de la vieja carretera cuyos tramos son aún visibles parcialmente.

Las cosas que se hacen mal pasan factura y, a la larga, son más caras. No puedo llegar a entender por qué no se construyó una autovía con todos sus parámetros y características de seguridad. Puedo pensar, es una de las ideas que me rondan la cabeza, que el coste habría sido más elevado dadas las abruptas características del terreno y por ello se optó por lo barato y malo, aunque ello implicara convertirse en adalid de las chapuzas con la fritanga como perfume. Fue exactamente lo que ocurrió.

No tuvo ningún sentido remodelar una vía y dejar pequeñas trampas algunas de ellas mortales. El actual consejero de Obras Públicas, José Ballesta, comenzó el año pasado las obras de transformación en 'autovía'. Obras cuya segunda fase tendría que estar acabada antes de la inminente llegada del estío pero, según las últimas informaciones, éstas se prolongarán, crisis mediante, hasta el próximo verano. (Véase la hemeroteca de este periódico del 7 de julio de 2009).

Los cerca de 35 kilómetros entre Lorca y la costa de Águilas se han convertido en una cremallera de problemas, muchos del pasado y otros que comienzan a florecer. Hoy, casi dos décadas después de los litigios por las expropiaciones, la carretera permanece inacabada. Y es que falta el enlace que la una directamente con la autovía del Mediterráneo a la altura del hospital Rafael Méndez. Enlace que servirá, entre otras cosas, como parte de la futura e improbable ronda exterior de Lorca.

El señor consejero podría aventurarse a desbloquear ese proyecto y meter la pala para alcanzar la meta acordada. La política del parcheado, tan ampliamente aplicada por estos lugares, manifiesta nuestra falta de eficiencia y previsión. Yo comprendo que las preocupaciones de la Consejería se centran en estos momentos en terminar las obras del problemático aeropuerto regional y en evitar el imparable retraso del AVE ya que electoralmente vende y viste. También entiendo que esta carretera es una carga incómoda heredada para la que se ha ideado una alternativa, si es que existe alguna otra solución realmente eficaz que no pase por rehacerla casi por completo. El tiempo lo dirá.

Lo que no llego a comprender es que se esté planteando una conexión en autovía desde la diputación lorquina de Purias hasta Pulpí (Almería) pasando por Puerto Lumbreras. Escapa a todo sentido racional, máxime en un período de racionamiento presupuestario como el que atravesamos, teniendo en cuenta que el tramo final que entronca con la A-7 lleva más de un decenio en el limbo de un cajón. Es probable que esta ocurrencia sea uno de esos proyectos que se ejecuten cuando la situación presente mejore pero, a pesar de todo, hay que preguntarse forzosamente si es realmente necesaria y económicamente asumible o responde, por el contrario, a algún que otro interés particular-electoralista. ¿Por qué no se construye de una vez por todas el enlace final y después valoramos las posibles necesidades ulteriores de los ciudadanos? Quizás ese dinero podría destinarse a infraestructuras que sí responden a un clamor social como son las rondas de circunvalación de la atascada Lorca: promesa electoral de las mil y una noches de todos los partidos políticos.

El galimatías de nuestras carreteras autonómicas empieza a parecerse al del ferrocarril del Estado y la lógica escampa de cuantas cabezas pensantes pueblan nuestras instituciones. Vivir al día, Carpe Diem., Hakuna Matata a la murciana. Así somos.