Aquel trozo de hojalata se sentía con una identidad diferenciada del resto de la lámina. En una etapa anterior había sido máquina de tren y, aunque había viajado mucho con el niño que la hacía funcionar, envidiaba la marcial apostura del soldado que estaba junto a ella en la juguetería 'El Aro' (Casa Fundada en 1920). Como siempre sus deseos se cumplieron, y tras una nueva fundición (qué calor), cizalladuras y torsiones varias (qué dolor) y nuevas pinturas (qué refrescantes), se vio convertida en militar con graduación de General de División, lleno de condecoraciones y al que no le faltaba una incipiente barriga. Su existencia, a partir de ese momento, fue de absoluto reposo, pues su dueño consciente de la alta responsabilidad de su adquisición, lo tenía sólo para dar órdenes a la tropa. Tanto ansió salir de su letargo que, tras los procesos acostumbrados, se transformó en una peonza. Esto si que sería divertido, pensó, hasta que la pusieron a bailar (qué mareo).