Soy de los convencidos de los que estiman que la Red -con su Internet como talismán- ha cambiado el mundo, las conductas, las formas, la manera de captar los mensajes que cambian, la información, la documentación, todo y en muy poco tiempo. Y sé bien que se viene abajo, como si desde un precipicio o un altísimo trampolín se tratara, una vieja cultura -que lucha por sobrevivir o al menos para no derrumbarse del todo- en la que estuvimos durante décadas y siglos y que amanece otra con más amplias ramificaciones, de la misma manera que nos sentamos ante un ordenador -la nueva herramienta- y desaparecen las páginas del libro clásico, amenazado en todos sus resortes. Estamos en tiempo de cruce de carreteras, en el cambio de vías, sin saber si chocarán los dos expresos o se darán la mano en un armisticio integrador. Puede que se declaren la guerra a muerte y que nos jubilen a los viejos sin ingresar en los nuevos fundamentos y puede que los que llegan hayan de recurrir a los asientos primitivos para reconocerse. Tengo para mí que todavía no se han declarado la guerra a muerte pero que cada cual lanza sus baterías con la energía y el vigor del novato, con la prudencia y la sabiduría del que se bate en hábil retirada.

Estamos en una nueva era en la que hay que explorar por muchos y diferentes caminos, unos llanos y sencillos y otros empedrados y dificultosos, que no todo puede llegar al fin del sendero. Y que aparecen nuevos pronunciamientos, nuevos ataques, nuevas tácticas y estrategias de combate -no hay sino que seguir la huella de los políticos en los mensajes que se envían- y nuevos planteamientos para conocer lo que de sí da la actualidad, la situación de la nación, el estado de sitio del modelo europeo, el derrumbe de los viejos ideales, las muchas utopías que se levantaron en su día, las fórmulas de integración y síntesis. Si en su día fue la ideología la que imperó, ahora, como bien se sabe, dominan los asientos económicos -creo que ya nadie desconoce los términos de préstamos, hipotecas, el PIB, incluso para los ajenos a dicha causa como yo, antiguo profesor de literatura-.

La pantalla que proyecta la Red en nuestras vidas ha sido intensa y temo que se incremente en los años sucesivos porque, como suele ser habitual, ya no interesa de modo especial el proceso, el análisis meticuloso, el reportaje ampliamente meditado. Interesa por tanto el instante, el momento, cuando salta la noticia de modo galopante, ansiosa, queriendo abrirse camino con la faz hambrienta y el apetito desordenado, queriendo ser el primero en hendir los dientes de la depredación en la carcoma del tiempo. Y sobre todo invadir cauces y alamedas, a ocupar espacios, a figurar por encima de otras noticias más aquilatadas. La misión es apropiarse del segundo, del instante, no aparecer tarde, tal como ocurría con los periódicos que no podían recoger las noticias -y es un ejemplo- que pudieran registrarse más allá de las ocho de la noche.

Pero ¿informa la Red o deforma? ¿Hay alguien capaz de discernir las noticias que ocupan el inmenso vientre de la ballena informática o es, por contra, una tremenda mentira que deforma y perjudica a quien se acerca a su vera? Tengo para mí que las bandas que ocupa la Red son las más anchas e indefinidas del mundo y al mismo tiempo las más estrechas, sujetas a las limitaciones más impresionantes que puedan existir. Allí todo se junta y se mezcla, se combina y se adentra. Allí todo se retuerce como en un gigantesco basurero en que se puede hallar tesoros de incalculable valor, pero generalmente lo que se localiza está envuelto en el paño de la confusión, en el olor deprimente y desagradable de la basura, un organismo en convulsión que degrada nuestros sentidos. En la Red puedes encontrar piezas de oro y objetos de ganga, visiones de expertos y comentarios de resentidos -algún día me centraré en ellos, en aquellos que se esconden como cobardes bajo seudónimos y en aquellos otros que dan la cara para mostrar su vileza-, blogs de suma entereza y equilibrio y otros que no sirven sino para engrosar el burdo narcisismo, joyas que no se pagan a su verdadero precio y estafas de las más variadas índoles, datos que se venden e intimidad que se fuga. Ideología a espuertas, esquinas en donde se esconde el mal gratuito, el grito rebelde o la confesión más sincera. ¿Puede un joven aprender y sobre todo formarse con el proceloso maremagnum de lo que allí encuentra? ¿Puede discernir lo bueno de lo desagradable? ¿La justicia del marketing, el conocimiento de la trola inventada por unos farsantes? Se trata de un mundo abierto -como la obra de Umberto Eco o como el cajón de la novela en donde todo cabe de Pío Baroja- en donde se depositan como en un cementerio las tremendas cenizas de un mundo cambiante, en plena ebullición, con la lava del volcán hirviendo sobre nuestras cabezas. Y la Red en vías de atraparnos para desprendernos de la libertad en pos del conocimiento global.