En los más de treinta años de vida cultural -por otra parte limitada en virtud de ciertas lacras que persisten- en los que he participado -aunque sea desde la pequeña parcela literaria- he venido dando cuenta de un problema que se viene arrastrando desde hace años. Mientras en la capital puede haber incluso exceso de oferta, los pueblos, mucho más desguarnecidos, están a expensas de unos cuantos francotiradores que, bien por libre o asociados en pequeños grupos, tratan de mantener la leve luz encendida de la cultura, cada vez más amenazada que nunca por razones tan sustanciales como el tan socorrido bajón en los valores, por supuesto los estéticos, que no entramos en los otros.

Puede que me equivoque, pero me viene a las mientes, y por varias coincidencias, la ciudad de Cieza, un pueblo grande y frondoso al que siempre ligo a dos empresas de distinto rango y de las que he dado cuenta en alguna ocasión en esta misma columna. La primera es la del grupo literario -especialmente poético- La Sierpe y el Laúd y otro, de muy diversa condición que lleva por nombre Club Atalaya-Ateneo de Cieza. Con el primero de los nombrados he compartido momentos gozosos, reuniones con jóvenes escritores, la edición de las obras completas de Aurelio Guirao, presentaciones de libros y alguna que otra actividad en los treinta años de vida que llevan dando guerra, procurando seguir adelante pese a las estrecheces propias e institucionales, echando mano a la inventiva para seguir activos pese a las dificultades que entraña estar en tales cuestiones que interesan poco o nada al grueso de la población. Y hay que tener muchos arrestos -y agallas- para permanecer fieles a la causa pese a que la edad no perdona, las ediciones, como las ayudas, menguan, y los ánimos se pierden. Todo sea por la literatura, por mantener alto un faro que iluminó con la claridad intelectual de algunos ciezanos de pro.

Y lo mismo puedo afirmar de todos esos que hacen posible que Cuadernos ciezanos siga años y años. Y hemos de felicitarlos porque Tras Cieza, con los que he tenido esporádicos contactos, siguen firmes en el empeño y han optado por promover un certamen en donde se procura seguir las señas de identidad de un pueblo, un grupo que rinde homenaje a un médico -Mariano Camacho, humanista y escritor- que mucho hizo para levantar los ánimos en un tiempo de silencio. Una asociación que acaba de mandarme una serie de cuadernillos en donde se recupera, estando cerca de las bases, la memoria histórica y oral de aquellos que padecieron persecución por la justicia de los triunfadores en la contienda. Y por la historia de los moriscos ciezanos en el siglo XVII, el papel de la mujer en los días anteriores y en la actualidad y en todo aquello que mantiene relación con la zona que habitan. Un empeño noble que viene de atrás, impulsados por hombres de valía que prefieren permanecer en el anonimato.

Pasan los años, treinta para unos, casi otros tantos para los otros, y ahí están, resistiendo unos y otros a los embates del cruel tiempo que lucha en contra porque nada se presenta como hace tiempo. Parece que la crisis económica y la educativa -asociadas inevitablemente- erosionan las creencias y las costumbres, arañan los fundamentos y hacen tambalear los cimientos de aquellos faros primigenios. No sé si tendrán continuadores en su extenuante labor de predicar en el desierto, de levantar referentes, de iluminar los trazos oscuros, tampoco si abrirán nuevas vías literarias de géneros o si participarán en la vida política de un pueblo, lo que sí sé es que el pueblo de Cieza cuenta con unos cuantos héroes que aman a su pueblo, que le dan brillo y sobre todo ánimo para perdurar en los fundamentos de una cultura que se va derritiendo en favor de otra en donde la imagen y la música se imponen.

Me sería fácil dar cuenta de unos nombres a los que he conocido durante esta vieja relación, algunos compañeros de profesión, otros, por el contrario, fuera de la didáctica. Alguno, viejo amigo de los tiempos del instituto -cuando se hacen más fuertes lo vínculos-, otros, al calor de los fuegos -o juegos- del espíritu que ha presidido salir de una dictadura, entrar en lo que creímos falsamente que sería la panacea universal de la democracia. Fácil me sería designar a unos y otros, ponerles nombre y apellidos, ligados unos a la literatura, otros a la arqueología, los más a hundir sus escritos en los valores de una tierra que ha padecido, como tantos otros, una sequía cultural que ellos palian por su generosa entrega y su dedicación año tras año, década tras década. Para ellos, este pequeño y modesto homenaje a su labor sorda, callada, pero tenaz y sostenida. Ojalá abundaran por todos los contornos de la provincia.