No sabemos quién le aconseja a José Bono sobre la confluencia de su actividad y opción política (no es ni más ni menos que el presidente del Congreso de los Diputados, nombrado por el PSOE) con sus creencias religiosas, pero haber interpretado la nueva ley sobre el aborto como un 'mal menor' es, junto a la declaración de que "ojala pudiésemos conseguir una situación de aborto cero", es una entelequia mal avenida con los problemas diarios de muchas mujeres que abortan por circunstancias tan diversas y distintas que no es posible resumirlas en frases tan nimias como impropias de un político que pertenece a un partido laico.

Una de dos, o Bono se suma a la opción política a la que se pertenece o a la declaración de la Conferencia Episcopal. O hace como el jesuita murciano Juan Masía Clavel, que sin dejar de creer ha optado por enfrentarse a la jerarquía eclesiástica española recordando la libertad moral de nuestra conciencia y no confundir jamás delito, mal y pecado así como tampoco llegar a ideologizar, como si de una misma comunidad de pensamiento de tratase, el debate político y el religioso. Pero es que, además, lo del aborto cero de Bono es tan torpe en el mundo en que vivimos que no tiene razón civil objetiva, y mucho menos política, aunque siga siendo fundamentalista que la Iglesia quiera poner orden moral en los asuntos políticos como lo es el razonamiento de Bono por mantenerse en ambos estados de juicio. Es imposible. Por ello, hoy, que ya es domingo, si Bono no ha consensuado con el cura donde vaya a misa lo de tomar la comunión se quedará sin ella, o todo es tan confuso que deshace la confusión en hipocresía.

Y es un problema, no sólo para Bono sino para la sociedad civil que, aun siendo multicultural y multirreligiosa, debe entender que las leyes emanadas por el poder legislativo de su país, aunque aún le quede a dicha ley el mayor trámite parlamentario, la discusión y su aprobación, pertenecen a la sociedad que no es exclusivamente religiosa.

De otra parte, el obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, ha denunciado que la lectura que hace Bono de la nueva ley del aborto como un 'mal menor' con vistas a mejorar esta regulación se basa en una 'interpretación equivocada' de la encíclica elaborada por el Papa Juan Pablo II, añadiendo el obispo que "Bono se equivoca en la elección de este texto. Bono hace una interpretación equivocada".

El presidente del Congreso, que mantiene buenas relaciones con la jerarquía eclesiástica y que alguien ha dicho que comparte con cierta frecuencia mantel con obispos, cardenales y otros destacados prelados, lo tiene crudo, porque habrá oído las palabras clave de Martínez Camino en sus declaraciones de amenaza a los diputados católicos cuando matiza que los que incurran en este pecado de votar a favor del aborto serán absueltos si, tras confesarse, manifiestan públicamente su arrepentimiento. La vuelta al sayal...

Pero después de todo ello ¿qué puede hacer Bono? Una de estas dos cosas: o mantener su posición política o confesarse, antes de comulgar y, además, pedir perdón públicamente por el error cometido -¿he dicho error?; no: por el pecado cometido-. Y entonces, si esto llega a ocurrir... ¿qué hace con Bono su partido? Verdaderamente, esta situación de socialistas católicos es de complicada enmienda. Y no sólo para Bono, sino para el ministro de Fomento, José Blanco, y también para los parlamentarios Pérez Tapias, Esperanza Esteve, Ana Chacón u Óscar Seco, entre otros.

Es por eso que María Teresa Fernández de la Vega, conocida la polémica, ha respondido a los obispos que "el pecado se sitúa en el ámbito de las creencias y no tiene cabida en el ordenamiento jurídico". Tal vez para que cada palo aguante su vela; es decir, su situación en el barco, sobre todo cuando la mar viene de marejada.