Sólo los esclavos y los muertos son incapaces de tomar decisiones. Cada vez más uno tiene la sensación, al mirar el panorama social, moral y político actuales, de que, como un Larra contemporáneo, vivimos en una larga noche de difuntos. En su versión saludable, el no tomar decisiones está determinado por la prudencia, que dicta al hombre tomarse un tiempo de reflexión. Sin embargo, hoy, que vivimos años de crisis económica mundial y de decadencia socio-política en Europa y sobre todo en España, la reflexión es una excusa para eludir la más santa y arriesgada de todas las responsabilidades: la de las propias acciones.

La reflexión ha de ser siempre el tiempo en que se prepara al alma y al cuerpo para la acción. Pues bien, hoy la reflexión es el tiempo de la demora permanente de la acción. Este mal del presente lo percibió con toda sagacidad Soren Kierkegaard en ese precioso opúsculo que tituló, precisamente, La época presente. En esta obrita, el filósofo danés explicaba que, al nivel existencial, la sociedad estaba diseñada para ser entretenida con diferentes opciones disyuntivas, sobre las que nunca tomaba una decisión real, pero sobre las que invertía todo el tiempo en interminables dudas reflexivas que no llevaban a nada. Así se pasa la vida, tan callando, sin tomar más decisiones en los días del tiempo que la de respirar.

Un ejemplo histórico del mal de la indecisión lo tenemos en Juan Sempere y Guarinos, un jurista y politólogo español que vivió en la transición del final del Antiguo Régimen al mundo liberal. El pobre no dio una en su vida; por no tomar una decisión clara a favor de los reaccionarios o de los liberales, terminó convirtiéndose en enemigo de todos. Su posición es ejemplar para la historia posterior de España. Justamente, en mi primer libro, Las indecisiones del primer liberalismo español, usé la figura de Sempere para mostrar que el camino hacia la opción por la libertad no puede pasar por las indecisiones, sino que requiere de una acción arriesgada.

Pero hoy en España, y en Europa en general, nadie está dispuesto a tomar decisiones, porque, en el fondo, es quizás verdad que, por debajo de la crisis que azota al presente, en este viejo continente sufrimos una decadencia de senectud omnipotente que asfixia todo joven impulso hacia el presente. Ahora se habla de perfil bajo para referirse a determinados líderes que triunfan, paradójicamente, por su escaso nivel político. Pero todos sabemos que bajo el término 'perfil bajo' lo que se oculta es el miedo cerval de los líderes europeos a cualquier político de talla real, con vigor para captar las energías permanentemente reprimidas de los pocos jóvenes europeos. Europa, como España, hoy sólo promociona al mediocre y al callado, al alma de cérvido y al burócrata sin pasado. Esta Europa, que se dedica en sus asuntos internos a sandeces de género, en lugar de a unificar criterios para ser más fuertes en las cuestiones comunes; esta Europa es cada vez más un continente ridículo; esta Europa, que se erige en campeona de lo políticamente correcto y que persigue, con su fuerza represora, cualquier energía que le reproche su olvido patológico de las ideas liberales a las que permanentemente traiciona... esta Europa es cada vez más una tierra en la que languidecen los más feraces brazos.

Felipe González se quejaba amargamente hace unos días cuando afirmaba que "la toma de decisiones en la UE es diabólicamente ineficaz". Y llevaba razón. Por eso es perfectamente incongruente que el ex-líder de los socialistas españoles, que tanto reclama una Europa que tome decisiones, no mande a paseo al Consejo Europeo ahora que le ha encomendado presidir un Grupo de Reflexión con la misión de redactar un breve informe sobre los desafíos que sobrevendrán en la década 2020-2030. Como condición, se le prohíbe al eximio grupo hacer juicios de valor sobre cuestiones políticas e institucionales actuales. ¡Esta es la esencia de Europa! Aplazar las decisiones. Incluso, alargan la reflexión para dentro de treinta años para dejar así libre al presente en su irresponsable dormitar.

Europa, en definitiva, invierte las pocas energías que le quedan en reprimir aquellas fuerzas juveniles y saludables que están dispuestas a ejercer el poder sin complejos. Yo quiero una Europa liderada con fuerza y dispuesta a ejercer el poder junto a sus aliados. Para una Europa de indecisos, a mí que no me llamen, pues yo no comulgo ni con muertos ni con esclavos.

Dicho queda.

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