La semana que termina ha estado presidida por dos eventos (la visita de Obama a China y la elección de altos cargos de la UE) que dan pistas de por donde irá el mundo en los próximos años. En el primer caso, Obama viajó al Imperio del Centro para consolidar el G-2, de modo que las grandes decisiones pasen por ellos. Pero China le ha dicho que... aún no, que están en desarrollo y que lo importante debe resolverse en la ONU. Presionado por dos guerras y una recuperación sin empleo (¿es eso posible?), el líder norteamericano busca una mayor comunión de intereses con Pekín, pero es difícil. Así, quiere que China devalúe su moneda (para favorecer las exportaciones americanas) y aumente su consumo interno. Pero cuesta lograr eso en un país sin Estado de bienestar, lo que obliga a sus ciudadanos a ahorrar de modo considerable.

Lo mismo pasa con Irán: EEUU necesita a China para endurecer sanciones contra los ayatolás, pero el régimen comunista -con intereses en Persia- se resiste. Lo que sí han acordado es que, siendo los países más contaminantes del mundo, no harán mucho para dejar de serlo, pese a las expectativas de ecologistas y europeos ante la cumbre del clima en Copenhague.

Y es aquí donde ¿entra en juego? Europa. Porque, más allá de lamentar la intención sino-americana sobre Copenhague ¿puede hacer algo, tras el espectáculo dado en la elección de sus altos cargos: sin transparencia, con cambalaches y eligiendo a dos políticos, Herman van Rompuy y Catherine Ashton, que no pueden hacer sombra a la pareja franco-alemana? Será que aún vale el análisis sobre Europa de Paul Kennedy, en el libro que da título al artículo: desunión militar, ineficacia política y fortaleza económica, sin peso exterior. El problema es que eso lo escribió... en 1987.