Ser padres es algo tremendamente sencillo; basta con tener los aparatos reproductores masculino y femenino en perfecto estado, combinarlos correctamente -e incluso incorrectamente- y listo. Sin embargo, ser padres con mayúsculas es algo tremendamente complejo, ya que supone adquirir la responsabilidad de criar y educar a un ser nuevo, un ser desprovisto de complejos o vanidades, desprovisto de experiencias positivas y negativas, un ser absolutamente vulnerable a todo lo que le rodea, un ser sobre el que nuestra acción como padres va a ser vital para su posterior desarrollo. Es evidente que en la tarea de ser padres no existen fórmulas infalibles. A lo largo de la educación de un hijo se cometen infinidad de errores, pero cuando se hace con responsabilidad, siempre bajo la idea de que se ha intentado hacer lo mejor para el niño.

Hace unas semanas saltaba a las pantallas de nuestras televisiones el caso de unos padres a los que el gobierno autonómico de la Xunta de Galicia quería quitar la custodia de su hijo debido a la obesidad del menor que, con tan sólo nueve años, pesaba la friolera de setenta kilos. Ante esta decisión, muchos contertulios de distintas disciplinas coincidieron en señalar que se trataba de una decisión absurda, abusiva y excesiva, y que se podían tomar otro tipo de medidas menos extremas, ya que separar al niño de sus padres podría ser negativo para el niño, como si tener las venas cargaditas de colesterol con nueve añitos no fuese suficiente. Sin embargo, según la Fiscalía que lleva el caso, el tema no es nuevo, ya que llevan realizando un seguimiento del niño desde hace cinco años, durante los cuales se les fue advirtiendo a los padres de la insana gordura del menor, ante lo cual, los padres mostraron una absoluta pasividad. Ahora que al fin se dictó la conocida resolución, los padres decidieron no sólo no reconocer su continuado error sino que además escondieron al niño para no entregarlo a las autoridades. Es decir, que, aparte del derecho a la salud, han privado al menor del derecho a la educación.

Como decía al principio, ser padres con mayúsculas es algo tremendamente complejo, porque para ser padres no basta con engendrar. Eso lo hace cualquiera. Por ello, hay ocasiones en que si los menores ven vulnerados sus derechos elementales, el Estado debe ejercer la función de hacerse con su tutela. Defender la paternidad como una posesión privada hagan lo que hagan los progenitores supone dejar indefenso a un menor y eso es absolutamente injustificable. Además, toda la sociedad tiene el derecho y la obligación de tomar cartas en el asunto cuando se considere que unos padres ponen en peligro la educación o la salud de su hijo, porque todos los niños serán ciudadanos sociales y sus actuaciones, sus enfermedades o sus locuras nos afectarán a todos.

Sin embargo, éste no deja de ser un caso menor. Hay niños por ahí adelante que se pasan el día entero tirados en las calles mientras sus padres están en sus casas tomando cervezas; menores que son utilizados para pedir en las esquinas; menores que no van a la escuela por su raza o su religión; menores que viven en sus casas violencia y delincuencia y que imitan en la escuela ese comportamiento violento y delincuente. Por ello, lo grave no es que se quite la custodia a unos padres que ceban a su hijo, lo grave es que no se actúe más en este sentido, porque la protección de los menores es una obligación de todos.