A estas alturas resulta ya imposible decidir qué hay de ficción y qué de realidad en todo lo que nos han contado sobre la gripe A y sus remedios. La historia ha evolucionado con tantos altibajos, tantas versiones, tales cambios de definición y de abordaje que cualquiera de las versiones en circulación, incluidas las más delirantes, nos parece igual de verosímil. Y menos mal que está resultando benigna porque de haber sido tan agresiva como se preveía al principio, el descontrol narrativo al que asistimos sería de risa. Frente a los excesos de realidad, la literatura retrocede. Es lo que ocurrió, por poner un ejemplo doméstico, en la España de 1936, donde la novela se fue al carajo y no volvió hasta unos años después de que terminara la guerra. Es un hecho, en cambio, que donde la realidad se ahíla engorda la ficción. Y eso es lo que ocurre en estos momentos, que frente a una realidad sosa la imaginación ha tomado al asalto las estructuras narrativas de la gripe A para que alguien se forre a su costa. Y con ello no queremos negar la existencia de la enfermedad, sino subrayar la dificultad para separar en ella el polvo de la paja.

Total, que la ciencia se acerca cada vez más a la literatura, aunque se sigue ganando más dinero con las vacunas y el Tamiflú que con las novelas, incluso cuando venden. Si el responsable de los prospectos del Tamiflú cobrara derechos de autor, Dan Brown sería un paria a su lado. No hay libro en el mundo cuyas tiradas puedan equipararse a las de esos medicamentos fabricados bajo una ola de pánico. Lo que no hay manera de averiguar es si la ola de pánico fue natural (y lógica) o creada artificialmente, como uno de esos virus sintéticos que, según la leyenda, se fabrican en laboratorios de la CIA.

Debemos agradecer, en fin, al virus de la gripe A que nos haya dado la oportunidad de conocernos un poco mejor, aunque el conocernos incluya la certidumbre de que no tenemos ni idea de nada, ni siquiera de si conviene vacunarse o no. Lo malo es que ha dejado de ser una opción científica para transformarse en una decisión literaria. Si todavía no hemos logrado averiguar algo tan sencillo como si Ricardo Costa ha cesado o no, ¿con qué criterios decidir si esta fiebre procede de la gripe estacional o de la otra?