Existe cierto tipo de líder político que necesita transmitir la sensación de que domina el escenario que pisa. Para ello, es muy importante que utilice en sus comunicaciones con los potenciales votantes, e incluso con los militantes, mensajes claros, directos, simples. Para este político berroqueño -como para los ecos que repiten y multiplican su voz por todos los rincones- todo es diáfano y meridiano. Todos ellos adoran al persa Zaratustra, su santo patrón. El mundo y su incesante movimiento están originados por la perpetua lucha del Bien contra el insidioso y omnipresente Mal. Los momentos en los que la dinámica de los acontecimientos parecen darles la razón es cuando más calan sus simplistas discursos, esos que dibujan un nítido trazo que separa la luz, reino del Bien, y la tiniebla del mundo. Curiosamente, esta clase de políticos se da a ambos lados de la raya, sólo que unos y otros siempre ven claro su lado y oscuro el de enfrente.

Cuestiones como la Guerra Fría o los salvajes atentados de Al Qaeda propician la popularidad de visiones tan simples y el triunfo de líderes con tan escasa capacidad para los matices y las sutilezas. Los comunistas, los terroristas o, simétricamente, los capitalistas, los imperialistas representan el ámbito del mal que hay que combatir. Los corruptos, los ambiciosos, los indolentes, los progres, los destructores de la familia o los negadores de la patria única y sus esencias quedan también identificados como los enemigos interiores o exteriores que hay que combatir

Mayorías absolutas, gobiernos fuertes, fronteras blindadas y desprecio al diferente son el desiderátum que corresponde a estos momentos históricos de triunfo del líder compacto. Sin embargo, las corrientes que los favorecen no duran mucho y más pronto que tarde no queda más remedio que echar mano de la transacción, del compromiso, la negociación, el consenso, el matiz y hasta de hablar catalán en la intimidad.

Sólo los más convencidos maniqueos son capaces de señalar con el dedo dónde se encuentra el mal cuando el disenso, los díscolos, los corruptos y los turbios aparecen en las propias filas, cuando, por así decir, la oscuridad antaño situada extramuros se adentra en el propio bando. Los más sensatos, sin embargo, atisban la complejidad de las cosas y tratan de moverse con tino entre los claroscuros. Es el momento de avance para los que tratan de ver las múltiples aristas de los problemas. De evaluar, por ejemplo, si se puede seguir manteniendo la presencia militar en una zona donde los aliados ya no pueden ser contemplados como criaturas luminosas.

En el ámbito internacional, el caso de Afganistán es paradigmático. Nuestras tropas -pacificadoras y benéficas, naturalmente- no podían por menos que ayudar a liberar a los afganos de las garras de los talibanes aliados de Al Qaeda. La retorcida realidad suele desbaratar los planes trazados en los despachos enmoquetados, y he aquí que el cultivo del opio ha crecido, el adelantado de Occidente, Hamid Karzai, ha caído en la corrupción y la tendencia al pucherazo, los señores de la guerra mantienen su dominio territorial , las luchas tribales no cesan, el burka obstinado permanece y los aliados exigen que nuestros soldados deben impermeabilizar la frontera con Pakistán usando el armamento que suele portar un ejército. Líneas de sombra en la luminosa política exterior española.

En el ámbito nacional no menos paradigmática es la situación actual del PP, partido pródigo en líderes de una sola pieza y sólidas convicciones. Su proclamada e irrenunciable unidad de la patria se compadece mal con la existencia de barones territoriales que disputan por el poder entre sí y con los órganos centrales del partido. "PP y corrupción son incompatibles", decía el líder en los tiempos en los que aún no se adivinaban las tinieblas. Ahora, aflora por todas partes el olor dulzón de la podredumbre y los pelotazos han dejado desconchones en las fachadas otrora blanqueadas y refulgentes.

Tiempos difíciles en los que uno no sabe si encomendarse a Dios o al diablo porque ni siquiera se sabe muy bien quién es uno y quién el otro. Tiempos en los que no hay paraguas bajo cuya protección cobijarse. Tiempos de perplejidades ante lo complicado que se ha vuelto el tablero de ajedrez mundial, en el que nada es lo que parece.

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