Delante de mí, en una ventanilla de Correos, una señora está cobrando un giro. "Ahora no te lo gastes en una juerga", bromea el empleado de la oficina. "No, si te parece, voy y me compro un libro", es la respuesta. ¡Qué pena!, ¡qué lástima!, ¡qué tristeza!, ¡qué pedazo de burra, Dios mío de mi alma! En fín, esto es de lo que más abunda, no sé por qué me extraño, vaya una leche.

Eso, y que la mujer llevaba gafas, me hizo pensar en que, cuando yo era un crío, a los que llevaban gafas se les tomaba por intelectuales, por cultos, por muy leídos y sabidos, ya que debían haber gastado su vista entre las páginas de los libros. Y es que, los de la azada y el marro ninguno llevaba gafas. Sin embargo, todos procuraban formarse, educarse, o, al menos, cultivar a sus hijos cuanto pudieran dentro de sus posibilidades escasas. Y leer libros era el máximo en dignidad cultural y en prestigio personal. Y el respeto por el saber era casi culto de latría.

Hoy ya no es así, naturalmente. Hoy llevan gafas hasta los mulos. Es más, hoy se llevan antiparras por pura moda. Son un complemento más en los vestires y los presumires. Y quienes las necesitan ya no las usan para leer, si no para ver. Hoy puede leer todo el mundo - no así antes -, porque la cultura está al alcance de todos, pero ya solo leemos los raros, los extraterrestres, los que perdemos nuestro extraño tiempo tras las tapas de un libro. Y la cosa aún va a menos. Para los analfabetos actuales se ha fabricado una cultura ad hoc de televisión, videos, internet, cierto cine y teatro, e incluso determinada literatura. Y hemos parido una sociedad de analfabetos funcionales. Saben leer, pero no saben lo que leen. Saben escribir, pero no saben de qué escriben. Comprenden poco, y no entienden más allá de su propio y natural adocenamiento.

Sin embargo, la lectura es una experiencia mental y/o espiritual irrepetible. Nadie puede hacerlo por nadie más que uno mismo. Es un contacto íntimo, especial y personalmente único entre el autor y el lector. Tan solo se aproxima pálidamente en la pintura y en la música. Leer es utilizar la más desarrollada capacidad del hombre para llegar a ser humano. Leer es contrastarse a sí mismo con todos los mundos imaginables. Leer es sumergirse en las ilimitadas posibilidades del conocimiento. Leer es escapar a la mediocridad, a lo vulgar, a lo cutre, a lo mezquino y a todo lo ruín y zafio de nuestro entorno. Leer es ser auténticamente libre. Pero además, leer es mucho más que todo eso.

Hoy se es consumidor de todo sin ser dueño de nada. Pero cuando has leído un libro, lo haces tuyo, eres dueño absoluto de su saber y de su sabor, y ya nada ni nadie te lo puede quitar, porque lo has hecho esencia de tí mismo. Y es que leer no es consumir, si no asumir. La conversación se pierde, pero la lectura queda. Es secreta e intransferible, y lo que está escrito, con que una sola persona lo lea, ya existe. E incluso, aún inédito, su potencialidad siempre está intacta y disponible. Leemos en soledad, pero nunca estamos solos con un libro entre las manos... Jamás.

En verdad, leer nos hace únicos. Por eso mismo, los que no leen se hacen montón, y se convierten en rimero amorfo de seres que están pero que no son. Es la masa que pasa, tía Tomasa. Pero es lo que hay, samuray.