Nauseabundo. Ver las caras de los asesinos de Mari Luz en televisión me produce náuseas. Sólo hay que echarle un vistazo a su historial para comprobar que estamos dejados de la mano de Dios. 1983: Fue detenido en Huelva por robo con fuerza en las cosas. 1992: Arrestado en Cazalla de la Sierra (Sevilla) por daños. 2003: Es detenido por abuso sexual en Sevilla a una niña de nueve años. 2006: La Policía le arresta de nuevo en Gijón por estafa. Intentó vender el piso en el que vivía de alquiler. En noviembre es detenido en la misma ciudad por los delitos de acoso sexual, insultos y amenazas. Propuso relaciones sexuales a una chica de 13 años; llegó a matricularse en el instituto donde estudiaba. Un juzgado de Gijón dicta una orden de alejamiento. 2007: Detenido por abuso sexual en Sevilla.

2008: La Policía le arresta en Granada el 16 de enero por presunta detención ilegal de Mari Luz Cortés y el 25 de marzo en calidad de autor de homicidio. Y el tipo paseando por la calle por no sé qué pegas de última hora. Hace unos años un grupo de mujeres cantantes lanzó un lema que suscitó cierta polémica justamente por el uso de una palabra malsonante. El lema decía así: "el amor no es la ostia". Vale, le faltaba la h. Es otra forma de extirpación de tu voluntad y todo porque ofendía al personal. Está claro que por culpa de dimes y diretes no arrancamos de cuajo los problemas. Mari Luz ha sido la última. O la penúltima, en el peor de los casos. Pero la violencia se está quedando a vivir con nosotros. La justicia, las leyes, el tribunal y demás responsables no cortaron de raíz la voluntad de los asesinos y ya es un mal difícil de extirpar (asesinos de Sandra Palo, desaparecidos como Yeremi, agresión al aficionado del At. Madrid, Madeleine...). Los que nos movemos en los medios sabemos que cincuenta muertos en un país subdesarrollado equivale a uno de nuestra ciudad. Sólo somos cifras que se pierden pasadas unas horas. Sobrevivimos en una sociedad en la que unos a otros nos hacemos daño. Dice Ángel Gabilondo que pedir perdón no es solo enunciarlo, es padecer nuestro propio rayo que ha atravesado el corazón de alguien hasta dañar su vida y es luchar, dentro de lo posible, por eludir ese mal. Esta sutil y decisiva relación entre el perdón y la justicia es la base del equilibrio social. Harto difícil. El CGPJ ha abierto sendas investigaciones para saber por qué no se dictó la citada orden de detención contra el asesino de la niña de Huelva, que en caso de condena firme iba acompañada de auto de prisión. Ayer el Gobierno se desvinculaba de cualquier error judicial mientras el delegado del Gobierno en Andalucía, Juan José López Garzón, pide "sosiego y tranquilidad a la ciudadanía". Después de esto, de tanta incongruencia, ¿cómo aceptas un perdón y de quién? ¿Del asesino? ¿De la justicia? ¿De los políticos? Todo lo que nos sueltan desde las altas esferas son "volutas de párrafos grandilocuentes", como decía Ortega. Por eso se dice, cuando alguien pide responsabilidades políticas, que "el problema ya está en los tribunales, ahora lo que diga la Justicia" con el fin de que no se convierta nuestro espacio vital en una jauría. Pero ya es tarde. Estamos inmersos en la ley de la selva. ¿Sentiremos alguna vez que se ha hecho justicia? ¿Veremos algún día a 'los malos' contra la pared? ¿Caerá el peso de la ley sobre las cabezas de los culpables? Raúl del Pozo afirmaba hace poco que la Justicia camina con lentitud de asno e instinto de hiena. Dios nos ampare.