Un vecino de Cataluña ha estado conviviendo durante tres meses con su padre muerto, sentado en la mesa del comedor frente al televisor. Lo fuerte es que los vecinos explicaron después que lo habían visto a través de las persianas de la vivienda, siempre de espaldas y sentado en la mesa, muy encorvado y con la cabeza ladeada. En Italia, un hombre escondió a su padre en el congelador durante siete años para cobrar la pensión. Y, hace unas semanas, descubrieron que una mujer había convivido con su madre muerta durante dos meses.

Todo esto suena a película de terror, a una especie de Norman Bates a la española. Dicen por ahí que amar es dejar ir. Pero que es costoso aprender a hacerlo también lo sé. Lo ideal es saber que no somos imprescindibles y que, al final, alguna de las dos partes debe dejar marchar al otro (¡y no dejarlo cadáver sentado frente al televisor, hombre, por Dios y por la Virgen Santísima!). Pero la reiteración de noticias absurdas, de locos de atar, y gente sin sentido que se repite en los medios de comunicación es para empezar a preocuparse. Casos de locura repetidos, uummh!, mejor salgamos corriendo.

El problema de la clara insatisfacción personal que demuestra esta especie de locura, lleva a la frialdad y la insensibilidad extrema que tapan a una persona apasionada y razonable. Se supone -y está claro, puñetas- que el ser humano no puede vivir aislado y sin comunicación, que la misma palabra es una fuerza que nos guía cuando nos faltan los arreos necesarios ante situaciones imprevistas. Y no necesitamos de grandes parrafadas, sólo las palabras justas, las necesarias, a la vez que buscamos el calor en las relaciones humanas. Lo malo es que las relaciones afectuosas están cada vez más difíciles de encontrar, por lo que será mejor a través de una palabra cercana cuando notaremos el afecto que necesitamos, la proximidad de los otros. Pero estos locos convivían solos, con la sola presencia de cadáveres, pero simulando una realidad para el exterior. Como en Psicosis, simulaban conversaciones, inventaban palabras. Está visto que hasta el más loco necesita la confortación de una palabra, sólo que éstas están perdidas, no dicen nada.

Fue Paul Valéry quien dijo: "He asistido a la desaparición progresiva de seres extremadamente preciosos, a la desaparición de esos hombres que sabían oír e incluso escuchar, que sabían ver, releer, volver a oír, volver a ver; en una palabra, de esos hombres capaces también de repetición y de memoria, preparados para responder de y para responder a aquello que habían oído, visto, leído, sabido, por primera vez".

Los sucesos extremos a los que estamos llegando dan una sensación de cierto hastío y cansancio por parte de la sociedad. Parece que no sabemos ya donde está el límite de lo que está bien o lo que está mal. El asesino encuentra la justificación a su asesinato. El ladrón, a su robo. El traidor, a su traición...; de aquí a nada todo estará correcto y tú serás un imbécil por pedir explicaciones, por querer confiar en alguien o por creer en la honestidad. Tal vez, entonces, estemos cansados no de vivir sino de vivir de esa forma, rodeados de tanta desconsideración. Pero el cansancio no es malo. En realidad, como dice Ángel Gabilondo, quiere decir que acabamos de realizar, de concluir una labor, que hemos sido útiles en la sociedad. Y, lo que es mejor, el cansancio es la antesala del descanso.

Por eso no creo en los libros de autoayuda, sólo es un negocio que se han inventado unos pocos para sacar las perras al más débil. Como cuando Descartes decidía salir fuera y viajar, a modo de cura saludable ante los problemas y, de repente, al llegar descubría que también estaba él. Estas vacaciones, muchos saldrán fuera para olvidar sus problemas pero no lograrán desconectar, van cargados con sus propia vida a cuestas, dentro de la maleta. Yo creo en algo más que te rodea. Además, deberíamos valorar el rincón donde nos movemos. Este rinconcito de España que te transmite tantas sensaciones, salud y conforma tu carácter. El olor del azahar, los limoneros de la poca huerta que nos queda, pero que te impregna y te llena de sensaciones. El placer de una siesta... Y un clima bárbaro. En la presentación del libro póstumo de Francisco Umbral dedicado a su mujer me llama la atención la definición de la misma cuando se explicó, por parte de algún invitado, de qué iba el libro porque me remite a lo que acabo de decir anteriormente sobre la compañía de una palabra: "Ha sido la compañera de viaje, la inspiración vital y la criatura silenciosa capaz de dar un ruidoso sentido al silencio, de llenarlo y de humanizarlo". Eso es, ruidoso sentido al silencio.