Cuando este texto aparezca serán, en realidad, dos días desde las elecciones legislativas, pero espero que poco o nada haya cambiado en el transcurso de veinticuatro horas y que, en consecuencia, el análisis siga teniendo el mismo nivel de validez o invalidez. No aporto nada nuevo si digo que el resultado de las elecciones plasma a la perfección un dibujo de división que, a estas alturas de la historia de España, parece ya tan castizo como lamentable. Castizo, lamentable y aburrido. El tópico de las dos Españas resucita con más fuerza gracias al impulso de un radicalismo que no es ciertamente el de quienes son tachados de radicales por los radicales de una derecha intolerante y, como poco, predemocrática. Esa derecha que ofreció el penoso espectáculo de pedir a gritos ante la sede de la calle Génova y entre la sonrisa desencajada de sus líderes la dimisión de quien acababa de ser elegido presidente por una mayoría de españoles. ¿Contra quién gritan? Desde luego no sólo contra Zapatero; gritan contra todos los que no votamos la opción que ello representan. Y gritan además a destiempo, porque difícilmente puede dimitir quien aún no ha tomado posesión.

Es evidente que no todos los votantes del PP estaban ante la sede de Génova. Y es evidente, al menos yo quiero creerlo, que no todos unirían sus voces a los gritos de los que sí estaban. Ni a sus gritos ni a sus actos de agresión a periodistas considerados no afines, que cumplían con su trabajo de informar a todos los españoles. Porque les guste o no, los demás, los que no los votamos a ellos, también somos españoles. Por eso votamos, aunque tampoco les guste.

¿Es este el modelo de España con que Rajoy se llena la boca? Porque, de hecho, es simplemente un modelo de intolerancia extrema, en el que el respeto a la pluralidad de opciones y la defensa de las libertades individuales ligadas a la diversidad pasan a ser consideradas actitudes radicales y antidemocráticas. Un modelo excluyente que corresponde a tiempos pasados, pero que no encaja en el siglo XXI.

El extremismo, el radicalismo de la derecha española agudiza la división y coquetea con el enfrentamiento de manera peligrosa. Sin embargo, no sería honesto callar que, por otra parte, el sistema electoral de nuestro país fomenta el bipartidismo, impidiendo a los partidos minoritarios, como es el caso de IU, levantar cabeza. Los debates televisados son necesarios en democracia y tiene sentido que sean a dos, porque sólo dos son los partidos con posibilidades reales de ganar, pero al mismo tiempo entran a formar parte de un círculo vicioso que expulsa a otras opciones sin las que la vida política de este país corre serio riesgo de caer en la pura y dura visceralidad. Si justo es que nos preocupemos de la diversidad de la fauna y la flora del planeta Tierra no debería preocuparnos menos la diversidad de miradas y de propuestas de nuestro microclima político. El pueblo es soberano, es indiscutible, pero incluso siendo soberano está de algún modo orientado y siempre ejerce su soberanía dentro de un sistema establecido que es y debe ser, en nuestro caso concreto, mejorado para ser más justo y más abierto.

Del resultado de estas elecciones salen ganadores los dos principales partidos. El PSOE porque ha ganado en votos y en escaños al PP, pero también el PP parece sentirse ganador, porque ha subido en número de votos. Efectivamente, el PP, siendo perdedor, no ha sido derrotado en términos absolutos. Y en sí mismo eso no está mal, porque mejor ahorrar humillaciones innecesarias, pero en este caso, el PP no ha sufrido un castigo que tal vez sí merecía por haber hecho durante los cuatro años de la legislatura pasada un oposición que ha cargado contra todos para derribar al Gobierno que había salido de las urnas, pero que el PP nunca reconoció como legítimo. Y ¿ahora qué? ¿nos regalarán a todos los españoles, incluidos también los del PP (porque nadie es feliz bajo el vil mandato de unos malvados) otros cuatro años de crispación? Las escenas que vimos frente a la sede de la calle Génova no nos dejan muchas esperanzas de racionalidad.

Es posible que alguna gente haya votado PP pensando que la única manera de conseguir que los dejen vivir en paz es dándoles el poder.

Otros muchos, sin embargo, sabemos que hay otras maneras de vivir en paz, la primera entre ellas es aceptar con respeto el resultado de las urnas.