Queda fuera de duda que estamos en una nueva era, con una nueva cultura, en nuevas realidades, aparte de la del 2008, recién inauguradas. Una de estas últimas realidades -de paso medio de comunicación- es la de los mensajes que nos llegan a mansalva por medio de Internet sin que, llegado el momento, sepamos qué hacer: si eliminarlos de plano, ante la sospecha de virus, si provienen de dirección desconocida, o la de abrirlos, con la posibilidad de que sean las nuevas obras de arte que se transmiten vía Emilio, el nuevo ingenio que está ocupando buena parte de nuestros asuntos, entre otras cosas porque habrá pronto que escribir, lo mismo que Kant con la razón pura, una nueva teoría del Conocimiento Caótico, dada la avalancha que se nos viene encima con solo abrir página.

Pero vayamos al grano de los MMS o mensajes multimedia. Si las gasolineras alimentan los depósitos de combustible de nuestros coches, yo dispongo de varias personas que se dedican a surtir mis tanques, darle de comer a mi correo, siempre ansioso de recibir noticias. El primero de ellos es un jubilado al que conocí un día de verano, alguien que, una vez concluida su jornada laboral en alguna empresa estatal tras cuarenta años, se ha empeñado en seguir, ahora que dispone de su tiempo libre, en cumplir las mismas ocho horas del día ejerciendo parecidas funciones ante una pantalla. Ha tejido una red de afectos y de técnicos en informática y cada mañana, nada más levantarse, recauda los tributos, selecciona, compone, elige los mejores y luego los manda a un grupo de amigos, casi unos treinta en total que, como queda dicho, tenemos por delante la tarea de abrirlos, leerlos y guardarlos si son de nuestro gusto y deleite, la de suprimirlos si no son de nuestro agrado. Calculo que me manda unos cincuenta a la semana, lo que sumando las operaciones para hacerlos aparecer en pantalla, la de abrirlos, leerlos, repetirlos y revisarlos, incluso la de comentarle alguno de ellos, me supone un ejercicio diario que roza el par de horas, sobre todo si no se está ducho en el funcionamiento y nomenclatura de esa ciencia compleja que es la informática.

Hay otra persona que compite con el anterior. Se trata de una amiga de la infancia, que ha permanecido afortunadamente soltera y que ahora, cuando termina su jornada, acude ansiosa, como una novia ardiente, a la cita con un nuevo amante. Internet es como un joven jovial y solicito que siempre anda presto para intercambiar información, para darte cuenta de lo que ocurre en cada rincón del mundo, aunque estés en orilla apartada, capaz de suministrar ingenio, diversión, amenidad, trascendencia, lugares comunes, ritos sagrados. Y allí, intercambiando mensajes, de la misma manera que antes jugábamos con los cromos o las estampitas, ahora me traspasa generosamente sus prendas con letra y música.

También mis corresponsales extranjeros me envían con cierta frecuencia las películas de sus tierras, lo que me hace creer que es fenómeno que ha calado en todo el orbe, que estamos estandarizados. No podría, aunque quisiera, ofrecer una tipología de los mensajes que me vienen de más allá de nuestras fronteras, por la sencilla razón de que me parecen un calco de los nuestros, aunque escritos en lengua diferente, tal cual el humor. Y hete aquí, entre unos y otros, que ya tengo en mi estancia un repertorio suculento de mensajes con los chistes españoles del momento, ahora que vienen con luces, música e ilustraciones cuando antes se contaban hasta con sosería. Y tengo otra ración larga de mensajes en la que los personajes más actuales -sin duda Hugo Chávez marcha en cabeza- se asoman cada a nuestra ventana para dejarnos su pesada losa o su ancha faz india; y tengo un selecto ramillete de proverbios chinos, indios -casi todos orientales-, comanches, como he reunido ya un arsenal de sentencias contra las suegras, el matrimonio o Zapatero, lo que me hace sospechar en este último caso que son la Cope o el Partido Popular los que lanzan en primera instancia los recados al mundo global de Internet, a diferencia de los chistes que vienen sobre Rajoy, muy escasos, no sé bien si es porque se le presta nula importancia o es porque los socialistas han perdido la brújula y el sentido del humor.

Y podría, dado el caso, ofrecerles secuencias y paisajes de la Antártida de la misma manera que podría hacerlo sobre la Alsacia y la Lorena, posiblemente porque hay españoles que no paran de viajar o que pertenecen -aunque solo sea en anhelo y deseo- a los ecologistas en acción o en anhelo. Debo reconocer que machaco sin piedad, con la crueldad de la infancia, a muchos de ellos, pero hay otros muchos que preservo para que tengan un día de mañana a algunos otros que son verdaderas piezas de antología, mensajes hechos con ingenio por verdaderos artesanos, auténticos artistas o narradores en potencia, tal es su calidad. Y los guardo para cuando se cree el primer banco o la caja fuerte de los mensajes.

Ah, antes de que se me olvide, el del pavo en güisqui habría que darle el premio al que más ha sido mareado. Me ha podido llegar por cuatrocientos puestos de caza distintos.