Socialistas de las patrias jíbaras, aupados sobre los hombros de los nazis, dirigidos por el único presidente del mundo que no sabe si su nación es una nación, se escandalizan de que algunos españoles no renunciemos a serlo. Lo peor del vídeo de Rajoy es que haya sido necesario. En cualquier país normal habría resultado extravagante. Pero nosotros tenemos una bandera nacional que no sabemos a quién representa, sobre todo desde que el propio Gobierno, responsable de su custodia, se dedicó a inventar otras naciones. Por eso están tan nerviosos en el Pluripartito. Porque se ha hecho explícita la debilidad nacional, otra vez "la nación sin pulso" -la nación sin nación- que hace un siglo, tras la bonanza de los primeros años de la Restauración, iniciaría uno de los periodos más convulsos de nuestra historia hasta llevarnos al enfrentamiento civil que hoy el zapaterismo pretende reavivar.

La histeria desatada entre socialistas, comunistas vergonzantes (ahora se llaman ecosocialistas, que tiene guasa) y nazionalistas contra las declaraciones del líder de la oposición, revela de modo ya inocultable la crisis disgregadora que vivimos. Se alarman ante la posibilidad de que España despierte de su adormidera consumista. Los demás nos alarmamos de que el Partido Popular sea la única fuerza política -a la espera de que la nueva formación de Rosa Díez y Gorriarán pueda representar en la izquierda al menos una esperanza- que defiende la pervivencia de España como nación: la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los habitantes de la vieja Hispania, la posibilidad de comerciar, vivir, estudiar o amar en un país grande sin mojones interiores, sin aduanas, sin lenguas utilizadas para someter y excluir, sin feudos y fueros medievales reactivados por los reaccionarios racistas en los que hoy se refugia una izquierda a la que ya no es posible reconocer. Podemos discutir el grado de intervención en la economía, las leyes de alquiler, las inversiones en la sanidad pública, incluso los disparates educativos que sufrimos desde hace 17 años. Pero discutir España es poner en peligro el proyecto más progresista que nunca emprendimos: el de nuestra prosperidad y nuestras libertades.

Hay una agrupación de señoritos usurpadores que se dice izquierda -fariseos sin fuste como ese Bermejo originario del peor franquismo, que se atreve con las regiones pequeñas, pero que jamás diría una palabra contra sus 'socis', esos sí auténticos 'pillos' que sólo buscan la perpetuación del expolio-, que trabajan por los privilegios y la desigualdad entre territorios, por la consolidación de ese colonialismo interior gracias al cual, desde hace siglos, los españoles de las regiones ricas explotan y desprecian a los de las pobres. No hay nada más reaccionario ni vil ni miserable que propiciar eso y, encima, llamarse defensores de los oprimidos. No tengo palabras para tanta desvergüenza como he visto en estos tres años y medio de plaga ZP.

La bandera de España es hoy la bandera de la libertad, porque la idea de España es su razón de existir. Frente a las que son esgrimidas para señalarnos como ajenos, para discriminar y sojuzgar, la roja y gualda es la única que podría unirnos si algunos no insistieran en vivir en el pasado. Franco se murió, tíos. El águila desapareció y se hizo una constitución para mirar al futuro, para no volver a matarnos ni a echarnos los abuelos asesinados encima de la mesa, para impedir el triunfo del resentimiento, para que no hubiera más vencedores y vencidos. Por fin teníamos una derecha democrática, liberada de la tentación fascista; y una izquierda que también lo parecía, liberada del marxismo-leninismo, que es el fascismo de la izquierda. Por fin una bandera para todos, una ley que nos igualaba, hasta unos estatutos de autonomía para contentar a los carlistas de toda laya. Castilla, sobre la que nos construimos, aceptaba su troceamiento en aras de la convivencia. Menos el nazimarxismo vasco, todo el mundo cedía. Hasta que llegó el mosquica muerta éste de ZP.

Excúsenme el cabreo. No lo sé ocultar cuando hablo de este tipo. Tampoco quiero ofender a nadie más que no sean él y sus cuates. Les pido a esos muchos españoles que creen que ser de izquierdas es estar con este presidente de nuestras desgracias, que piensen en lo que realmente nos ha traído, más allá de su control de las televisiones y las apariencias: discordia, cuestionamiento de España, asentamiento y radicalización de las tiranías autonómicas, marginación de los territorios que no se le someten, exaltación de lo que nos separa, tanto por nuestros orígenes como por nuestras ideas. Estamos asistiendo al regreso de todo lo que creímos resolver en la Transición, sólo que además en manos de gente que no conoció la Guerra Civil ni la Dictadura y que no saben lo que nos estamos jugando. Esta es la historia convertida en farsa por un fantoche que delira revoluciones retroactivas mientras rinde pleitesía a los banqueros. Este no es el país que queríamos para nuestros hijos.

He tenido la suerte y la voluntad de vivir por toda España. Soy español por nacimiento y elección. Leo y hablo todas aquellas de sus lenguas que tuve ocasión de aprender. Y he visto de cerca a los verdaderos nazis, a los racistas y xenófobos que me llamaban godo en Canarias, maqueto en Vasconia o castellá en Cataluña. Hoy en media España no se puede lucir la bandera y se prohíbe la lengua de todos. Las castas puras someten en auténticos regímenes de exclusión a los que quieren seguir siendo españoles. La mayoría, por cierto. Sólo que la fuerza de una parte de esa mayoría es pervertida por esas supuestas izquierdas conniventes y más culpables que nadie por su traición. Abundan los montillas agradecidos. Pero cada día más catalanes y vascos saben cuáles son los colores de la libertad. Ellos son los mejores españoles. Los que nos han devuelto la conciencia de serlo.

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