En varias ocasiones se me ha querido explicar lo de que este universo que nos cobija es, aunque limitado, finito; habiéndome dejado con ello tan a oscuras como antes de la explicación.

Quien más cerca estuvo, aunque sin conseguirlo, de hacer penetrar algo tan complejo en los desvanes de mi mollera fue un llamado Rafael Pla, profesor de la Universidad de Valencia y el hombre más sabio que he conocido; lo que no significa que no fuese también al mismo tiempo uno de los más tontos. Tanto, que a la edad de los veintisiete años, que era la suya, según confesión propia, todavía no había conocido mujer en el sentido bíblico; lo cual supone sin lugar a dudas el más palmario ejemplo de estupidez, y que, en opinión de mi Otro-Ego Cocoví Picornell, constituye el más claro ejemplo de que sabiduría no es siempre sinónimo de inteligencia ni de nada que se le parezca.

Sabía matemáticas -un montón-, química, economía... y era capaz de recitar de memoria las obras completas de Marx, Engels, Lenin y algo de Mao. Su fuerte, sin embargo, era la astrofísica.

En cierta ocasión, en el seno de un debate en el que participaban desde analfabetos profundos a doctores en Filosofía o en Geografía e Historia, con el sano propósito de dejarle fuera de juego -lo reconozco-, se me ocurrió preguntarle que qué había más allá de la finitud del universo. A lo cual respondió tajante y creo recordar que textualmente: "Más allá de la finitud -dijo- no hay nada. Ni siquiera espacio".

Habíamos coincidido Cocoví, yo mismo y unos ciento cincuenta más en un monasterio de la ciudad de Jaén denominado Centro Penitenciario, donde, de forma no precisamente voluntaria, íbamos a participar en unos ejercicios nada espirituales; los cuales, en principio, iban a durar unos diez años. Pero luego -corrían los últimos años setenta del siglo pasado-, al haber fallecido un tal Francisco Franco de triste memoria que Dios guarde, si es que le gustan los dictadores, se quedarían en algo más de cuatro; que tampoco es moco de pavo.

Habíamos allí gente de todas las leches: comunistas en mayoría absoluta y varios grupúsculos de lo más variopinto: anarquistas, 'troscos'(1), testigos de Jeová que se habían negado a hacer el servicio militar y unos veinte o treinta delincuentes comunes, etc. Sólo un colectivo llamado Partido Socialista Obrero Español, del que teníamos vagas noticias, se hacía notar allí por su ausencia.

De entre los comunes destacaba un personaje casi tan estrafalario como Pla, si bien mucho menos interesante. Era catalán y atendía por Juan Serra Suau y se las daba de 'ufólogo'(2) y presumía de tener pruebas irrefutables de que entre los miles de millones de cuerpos celestes que nos rodean, los había habitados por seres inteligentes organizados socialmente, algunos bajo regímenes en los que también existían, o habían existido, los Francos, Hitleres y Musolinis, mientras que en otros imperaba la bondad absoluta y la justicia en una especie de Campos Elíseos siderales.

Cocoví, que solía tomarle a pitorreo, en uno de los debates que organizábamos casi a diario sobre los más diversos temas, y seguramente con el propósito de irritarle, le dijo que, hasta cierto punto, estaba de acuerdo con él, y que además estaba convencido de que si a los terrícolas nos había tocado bailar con una de las más feas, había sido culpa de nuestro padre Adán, por no haber sido capaz de resistirse a los encantos de Eva, de todas todas escultural y en pelotas, cuyas consecuencias todavía estábamos pagando con nuestro estigma de pecadores en origen estampado en la frente.

1. Trosco: Perteneciente al partido de orientación trotskysta.

2. Ufólogo: Avistador de naves espaciales no identificadas.