Verán ustedes. Yo no estoy en modo alguno en desacuerdo con que los jóvenes estudien una asignatura denominada Educación para la Ciudadanía. Es más, estoy convencido de que muchas de las conductas que reprobamos hoy podrían haber sido evitadas ayer, si los jóvenes de entonces hubiéramos sido educados para ser buenos y progresistas ciudadanos.

Por ejemplo, la gente bien educada en ciudadanía sabría que hacer pintadas en las fachadas de los edificios no sólo no está mal, sino que está muy bien, pues se trata de un gratificante ejercicio de la libertad de expresión artística, que es la madre de todas las libertades, y que, además, puede convertirse en un respetable modo de vida para sus hijos. De esa forma, el buen ciudadano debidamente educado no pondría el grito en el cielo cuando, al salir a la calle una mañana, se encontrara con que un grupo de altruistas grafiteros han decidido decorarle gratuitamente los mármoles de la fachada de su casa.

Un buen ciudadano suficientemente formado sabría a ciencia cierta que los coches estacionados encima de la acera, que taponan todas las entradas de su edificio, la de personas y la de coches, y que impiden el acceso a las bocas de riego y a los registros de gas, electricidad y teléfonos del edificio, no son más que la gratificante prueba de que nuestros jóvenes están ejerciendo su derecho fundamental de celebrar en el pub de la esquina que han pasado de curso con siete suspensos, y que para ello necesitan estacionar sus coches tuneados lo más cerca posible de la puerta del pub, o sea, en la puerta del buen ciudadano. Ese mismo buen ciudadano, educado en los nuevos valores, habría sabido disculpar por idénticas razones que los citados jóvenes, aburridos de estar tantas horas dentro del pub, salgan a la puerta a las cuatro de la madrugada para celebrar sus éxitos académicos al dulce son que escapa de los equipos de sonido de quinientos mil vatios que llevan instalados en sus coches tuneados. A ningún ciudadano bien educado en valores de ciudadanía le escandalizaría que esos mismos jóvenes y no tan jóvenes se desahoguen de sus legítimas libaciones precisamente en la puerta del garaje de su edificio, del edificio del bueno y comprensivo ciudadano progresista.

Si nos hubieran educado adecuadamente en ciudadanía entenderíamos que la expresión artística, valor superior de toda sociedad bien educada en ciudadanía progresista, no conoce límite ni frontera alguna, ni moral ni legal. Ni siquiera se detiene ante el incívico y reaccionario concepto del buen gusto. Es más, sabría que la transgresión es una forma de vida, de hecho la única forma progresista de vida ciudadana.

Un ciudadano progresista, tempranamente cultivado, disfrutaría con los efectos festivos de un botellón multitudinario celebrado en el jardín que hay en la puerta de su casa. Y lo mismo ocurriría con una bonita carrera nocturna de motos, organizada sobre las resbaladizas losas de la calle salón en la que habita.

Y lo que es más importante. Si hubiéramos sido formados a tiempo en los valores progresistas de la nueva Ciencia de la Ciudadanía, no haría falta que nos dijeran que la culpa de todos los males del universo la tienen el PP, la Iglesia Católica y George Bush.

Lo sabríamos desde quinto o sexto de Primaria.

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