Empiezan a saltar las alarmas en el llamado proceso de paz. La actitud chulesca de algunos etarras en la Audiencia Nacional -como Iñaki Bilbao y Asier Arzalluz- no parece compatible con que la dirección del grupo terrorista haya impartido la orden de iniciar el abandono de las armas. Tranquilizaba algo el sosiego adoptado por un viejo y sanguinario dirigente como De Juana Chaos, pero el robo de pistolas y coches en Francia y el recrudecimiento de la kale borroka no presagian nada bueno. Si a esto añadimos que la policía francesa se muestra convencida de que es sólo cuestión de tiempo que la banda retome los atentados, y que los dirigentes de Batasuna han sido reconvenidos y descalificados por los de ETA, el fracaso del proceso de paz comienza a vislumbrarse en el horizonte.

Ante ese paisaje, la manifestación de la AVT secundada por el PP -aunque no es descabellada la sospecha de que, en realidad, haya sido instigada por este partido- no se puede calificar más que de inconveniente e inoportuna. Vamos a conceder que haya motivos fundados para criticar la manera que tiene el Gobierno de llevar el proceso de negociación para que ETA abandone las armas. Pero lo que de ningún modo es lícito es exigir que se ponga fin a las negociaciones. Las negociaciones únicamente pueden interrumpirse bien porque ETA abandone definitivamente las armas, bien porque la banda terrorista se niegue a seguir por el camino del diálogo. Porque aún en medio de la hipotética vuelta a los atentados por parte de ETA, el Gobierno -cualquier Gobierno- debe estar dispuesto siempre a sentarse a conversar. Otra cosa es que antes de hacerlo formalmente se exija el cese total de cualquier forma de violencia. Apelar al honor o a cualquier otro principio para condenar toda negociación -como se hace con frecuencia desde la AVT- es la mejor manera de permanecer eternamente en la condición de víctima irredenta y, de paso, propiciar que otros pasen a adquirirla. Los que han perdido la vida, lamentablemente, ya no pueden recuperarla. De lo que se trata es de que nadie más caiga bajo las armas de la banda. Por eso, mientras quede un resquicio de esperanza, el Gobierno debe intentar por todos los medios a su alcance conseguir el cese definitivo de la violencia. Por todos los medios no significa a cualquier precio. Y ahí es donde la oposición tendría que estar vigilante para denunciar y, en último término, impedir que el Ejecutivo caiga en la tentación de hacer concesiones inadmisibles en democracia. Claro que, para eso, lo primero que hay que tener claro es qué es y qué no es admisible en democracia.

El PP parece tener la sensibilidad de una monja melindrosa: prorrumpe en chillidos ante el más inocente de los gestos. Y así no hay manera de tener credibilidad, a menos que se esté convencido de antemano. Porque lo que hoy denuncia el PP poniendo el grito en el cielo, no hace mucho lo sostenía sin ningún empacho. Para persuadirse de ello no hace falta más que ver el vídeo que el PSOE ha puesto en circulación tirando de videoteca. No hay nada como recurrir a documentos. Se puede protestar lo que se quiera y hasta recurrir a interpretaciones, pero en esos documentos aparece claro lo que sostenían Aznar y sus colaboradores durante la negociación que ellos llevaron a cabo en el año 1998.

Sin embargo, pienso que poner en circulación el vídeo no es una buena idea si de lo que se trata es de acabar con el terrorismo. Si se trata de replicar al PP, entonces es otra cosa. En ese caso, se está usando el terrorismo como arma arrojadiza. Ahora mismo, el asunto que más debería importarle al Gobierno es el fin de la violencia terrorista y en ello debería concentrar todos sus esfuerzos negociadores, policiales y de inteligencia. Abrir un nuevo frente contra el PP es tomarlo como adversario. Y aunque el PP se empeñe, contando con la inestimable colaboración de un Francisco Alcaraz cuya inteligencia política no es necesario encomiar, en el enfrentamiento partidista, en estos momentos el Gobierno debería tener muy claro que el único frente para él es ETA. Porque la cosa no está, iba a decir, como para tirar cohetes, pero mejor no mencionar la soga en casa del ahorcado.

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