El terrorista De Juana (de quién el presidente del Gobierno sabe, según sus propias manifestaciones, de buena voluntad) ha anunciado una segunda huelga de hambre en protesta a la sentencia que le vuelve a condenar durante doce años y medio, que en realidad se quedan en ocho, por apología de la sangre derramada. Por salud del resto de la humanidad me gustaría que la llevara a efecto hasta sus últimas consecuencias, pasando del bocata de jamón de york a hurtadillas, que tanto le gusta y que le alimentó en la primera parte de la farsa.

La inanición es poco castigo para este bárbaro de ojos y mirada esquinada en la que la mayoría de los españoles (Zapatero es una excepción) no vemos un atisbo de arrepentimiento de los crímenes cometidos, muy al contrario, tiene las pupilas dilatadas de odio y rencor, como las fieras, y por ello nos resbala el hambre y la necesidad y, llegado el caso, el último suspiro. La dieta del terrorista no preocupa a nadie más que al que ha tendido con su banda de malhechores un hilo de comunicación más allá del razonable policial y judicial. Con los que con descaro, allá en aquella pequeña provincia española del norte, son capaces de justificar la muerte gratuita: Ahí está el tío de una implicada en el asesinato de Miguel Ángel Blanco, un tal Iker Gallastegui, babeando elogios a los criminales ante la pasividad del poder judicial del Estado y su derecho. Sólo el Foro de Ermua ha pedido su procesamiento inmediato.

¡Déje de comer, pues, maldito, y espérenos en el infinito muchos años, es decir, muérase en su paz de alma y estómago!, por nosotros, no se prive. ¡Hágase el mártir pero hasta el final, sin chopped, ni mortadela! No hay pasión compartida, compasión, para quién no conoce el significado de la palabra (ni de otras), ni perdón. Sólo confían en él y sus buenas intenciones, los necios, los que se juegan algo en política y anteponen sus intereses particulares -en su soberbia e hipocresía-, a la justicia debida con las víctimas, tan numerosas y de tantos años, de estos salvajes innombrables. Maestros en esconder y asustar el alma en una esquina del silencio. Autores de los negros crespones que nos han rodeado desde hace décadas. Que no se olvida el robo, ni la extorsión, ni el chantaje, ni el secuestro, ni el asesinato indiscriminado y de uno en uno, cobardemente encapuchados, por la espalda. Dueños del planeta de la soberbia, del universo del dolor, de las miserias del ser humano, de sus rencores, de sus falacias, de sus pobrezas y lacras del sentimiento. Todos los terroristas, que no les engañe su trato con los débiles, nos encontrarán a los españoles en todas las sombras, combatiendo la insidia, la tristeza y ese pan ácimo con el que se esconde la bestia para alimentarse.

La libertad y la serenidad de conciencia no es equipaje de estos energúmenos crecidos, ahora, por la torpeza del partido en el poder. Pero no perdamos la esperanza, hay que seguir adelante aunque estemos hartos de escribir la historia negra de España, cansados de caminar los senderos de las espinas de esta tierra.

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