Soy una negá, lo reconozco. A lo máximo que llego es a unos spaguettis carbonara a los que, por cierto, aún no les he pillado el punto quedándome pelín ennatados y mi estómago más espeso que el cerebro de Rociíto. Así que ahora me ha dado por recorrer restaurantes, bueno, por mi antidestreza culinaria y porque, en realidad, al restaurante de moda, que todo el mundo me recomienda, no hay quien le pille la vez. Por eso es el de moda, qué idiota.

La verdad es que, si yo quisiera, ya estaba sentada desde ayer y a pico de rollo pero va a ser que lo que me falta a mí es sangre en las venas. En momentos como éste me acuerdo de Mercedes Milá cuando se presentó en un concierto de Miguel Bosé sin entrada: "Se lo he dicho a Miguel, yo voy allí y entro, con dos cojones". En mí ocurre el efecto contrario, sobre todo por mi falta de testiculina y una testosterona que irrite mi adrenalina. Prefiero oír una semana tras otra el "no tenemos mesa" y soñar que tal vez, la próxima vez. Y es que yo creo que para mí no está hecho lo fácil, a más complicación más apariciones estelares las mías y en los mejores momentos.

Por lo pronto, la noche comienza con suceso. Mientras subo las escalinatas coincido con María Jiménez, que da un mal tropiezo y llega a trompicones hasta arriba. Como siempre, un desahogao que aparece con muy mal bajío le grita: "Ahí vas, borrascha, quilla", a lo que ella, muy resultona, le espera: "Me voy a piiii en tú piiii. Madre que te va a piiii", y es que el coraje que me falta a mí a la cantante le sobra. Como que ya comenzábamos bien la noche, un poco apurá que entré yo, la verdad. Ya, en el interior, quise asegurarme de que no me había equivocado de restaurante y busqué el detalle que me contaba todo el mundo que no me perdiera.

Era cierto, en el acuario pasaban el tiempo unos langostinos que realmente eran de confianza, llevaban tanto tiempo allí que uno de ellos había construido un lavabo en el que afeitaba sus bigotes. De repente me guiñó un ojo y yo, avergonzada, me dirigí a mi mesa, no en vano estaba metiéndome en su intimidad. No tenía claro qué iba a pedir para cenar; ahora, lo que sí sabía era lo que no quería langostinos a la plancha.

Dejé que me sorprendieran; en las cenas sólo dejo que me sorprendan en cuanto al comer y me dejo de otras tontás. Sobre todo después de que mi amiga me contara aquella cena con su entonces novio. Al tercer tenedor comenzó a masticar algo como una piedra. Era un anillo con pedrusco incorporado y con media dentadura rota balbuceaba algo de "qué detallazo", que no sé yo donde está la gracia a que te escondan algo entre la comida o en una copa, a pique de extravío seguro. Lo peor fue cuando el camarero se lo arrebató agradeciéndole haberlo encontrado porque tenían en un ay al cocinero lamentándose por la joya perdida.

Al final la cena transcurrió por los cauces normales de este tiempo. El aire acondicionado a tope provocándome amagos varios de ir a por una rebeca y pedirle al camarero un tazón de colacao calentito acompañado de unos bizcochos. Y, por supuesto, el batallón de parejas con sus correspondientes proles vociferando a pleno pulmón.

Y es que esto es lo que hay. Confieso que con esto del 'articulismo' aspiro a hacerme un personaje reconocido, vamos, a que me reconozcan y a la hora de reservar mesa no encuentre ninguna traba; bueno, ahí y en los hospitales, qué demonios.

Pero, a ver, cuidado, no se lo tomen tampoco al pie de la letra. No hagan como Arzak, que a sus íntimos los pasa a la cocina como el mejor de los tratos preferenciales (como en la última visita a su restaurante de los Príncipes de Asturias). Eso sólo lo puede hacer alguien como Arzak y con su restaurante. Otros, muchos mejor quietos, no soporto ver los chorretes de grasa resbalando por la campana.