De algún tiempo a esta parte y casi sin motivo aparente, abrigo cada vez mayores dudas acerca de si este mundo en que vivimos es el paraíso en que habíamos venido soñando o todo lo contrario. Me pregunto incluso si lo que en él respiramos es aire puro, óxido de carbono o pura mierda recalentada bajo efecto invernadero. Todo ello me induce a tomarme sólo en serio lo estrictamente necesario. Y todo lo demás, a pitorreo.

Estando sentado -o creyendo al menos estarlo- en un velador de una cervecería-cafetería en que tengo costumbre de hacerlo cuando las ideas que preciso para intentar llenar esta media página no afluyen ni siquiera a base de echarles imaginación calenturienta, de pronto, y a causa de una publicidad rudimentaria (fotocopia barata), de pronto creí haberme despertado -con sobresalto, naturalmente-, si no a otra época, sí al menos a otra latitud, a otro hemisferio... a un barrio malevo de una ciudad cualquiera bañada por las aguas del Paraná, pongamos por caso.

Salí a la calle precipitadamente, dispuesto a verificar, si no de otra forma, al menos de memoria, las coordenadas del lugar. Pero resultó que todo seguía lo mismo y en el mismo sitio. Cervecería Carol, calle Lope de Rueda, esquina Torre de Romo. Y el anuncio de mi momentánea congoja pegado con fixo a la puerta vidriera del local en cuestión rezando así:

"Concurso de verano de baile, (vals, tango, pasodoble)", y al pie un número de teléfono, una dirección, un fax... y no sé si algo más.

Lo del vals y del pasodoble pensé que podía tener sentido con tal de que estuviera dirigido a los puretos/as del Hogar del Pensionista, que, por cierto, es toda una gozada verles mover el esqueleto al ritmo de El Gato Montés o de El Danubio Azul'. Porque lo que es a la juventud, a esa juventud que se deja el coche en el aparcamiento con la música bakalao puesta, que no les vayan con milongas. Y la milonga, cuando no es cante flamenco de los llamados de ida y vuelta, lleva en su seno todos los componentes melódicos del tango no flamenco propiamente dicho.

Y ya sé que se preguntarán ustedes qué coño tiene que ver lo de Carol' en el rótulo. Se lo aclaro: Carol responde al nombre de una tal Carolina Martínez. Indiscutible ama del establecimiento. Apenas tres añitos y todo un encanto de criatura.

Naturalmente, el angelito todavía no tiene edad para poderse desenvolver en la dirección y administración del negocio. Pero tiene (aparte una mamá que tampoco es manca), una abuela materna, Santi, que vale por lo menos dos. Hembra de peso y de las llamadas de rompe y rasga, es tan capaz de mandar a tomar por donde amargan los pepinos al más pintado como de poner de patitas en la calle al primer borracheras que le dé por molestar al resto de la clientela.

Tiene, sin embargo la tal Santi, diría yo, un defecto gravísimo: ha borrado de su vocabulario el adverbio afirmativo SÍ. Dice NO a todo; le pidas lo que le pidas, sea del alma o del cuerpo, del ámbito de lo físico o de lo moral. Todo ello bajo el amparo del santo de su devoción: San Pancracio, obispo siciliano y mártir, que es al mismo tiempo el limosnero de la casa. Y para ello, al pie de su imagen en miniatura, hay siempre un platillo dispuesto para que dejemos allí nuestras propinas.

Pero tiene también la tal Santi -todo hay que decirlo- una virtud como hay pocas: a la hora de cobrar las consumiciones, sean de morapio o de güisqui de los caros, hace un alto porcentaje de descuento al personal de la tercera edad.

Y si no, que se lo pregunten a mi Alter-Ego, que, de vez en cuando, anda también por allí.