El mes próximo se cumplen 60 años de la liberación de París por las tropas aliadas y en toda la ciudad, en los vestíbulos de la Gare de Nord, en las verjas de los jardines de Luxemburgo y en las columnas de los afiches de los Grandes Bulevares, fotografías y documentos murales recuerdan al ciudadano los detalles de aquel suceso maravilloso. Ayer mismo, 14 de julio, la fiesta nacional francesa y el gran desfile por los Campos Elíseos giraban en torno a la memoria de aquel mes de agosto de 1944, y los veteranos de la liberación, viejecillos de paisano con gorra cuartelera y el pecho cuajado de medallas, recibían por las calles el homenaje de los paisanos. Sin embargo, los primeros soldados de la libertad que entraron en París, encuadrados en divisiones norteamericanas, apenas suscitaron el recuerdo de nadie, y ello porque su nación jamás reivindicó su gesta y les arrojó de sí convirtiéndoles en apátridas eternos. Hablo de aquellos cientos de republicanos españoles que, a bordo de tanquetas ligeras de nombre evocador (Madrid, Guadalajara, Gernika, Ebro, Belchite...) fueron los primeros en entrar en París.

En los afiches y las fotos que decoran estos días París, rememorando los días jubilosos de la liberación, no se hace mención de aquellos españoles que padecieron en su juventud el infortunio de dos guerras, la de España primero y la Segunda Mundial después, y que conservaron viva en sus corazones la llama del ideal democrático que con tanta violencia pretendió apagar el nazi-fascismo. Derrotados en su patria por la descomunal ayuda militar de éste a los rebeldes, contribuyeron decisivamente a la derrota de Hitler y al triunfo de la libertad, pero la dejación de los gobiernos democráticos españoles, que no han reivindicado el papel heroico de aquellos compatriotas, ha facilitado el olvido de sus hazañas y el ninguneamiento de su concurso en la liberación de francia y de Europa. Ellos habrían de ser los que abrieron el desfile de ayer, ancianos pero eternamente jóvenes, por los Campos Elíseos de París.