Una enfermedad me ha privado este año de asistir a la habitual representación que efectúa Pepe Claros cuando asoma la primavera y apunta el fragor del verano tórrido de la tierra. Desde hace ya algunos años, el referido pintor, de brocha fina y espíritu jovial, se ocupa en darle a la ciudad de Murcia, su tierra natal, un chorro de fresca fiesta y una rica ración de brisa amable, lo que no es poco para los tiempos monótonos y aburridos que vivimos, sobre todo en lo referente al universo del arte, casi siempre estancado en formas conventuales, en ritos fosilizados, cuando no en aburridas costumbres provincianas.

También procura Pepe Claros proporcionarle a la provincia en la que habita un trozo de sonrisa, un rato de sana diversión y un conjunto de cosas que, cual buzo, recoge del fondo de los abismos que pasea. Una especie de submarinista que rebusca el viento que vuela, las costumbres de países lejanos, la naturaleza pura y sin contaminar que vislumbra en sus periplos por medio mundo y que se queda estampada en las telas y lienzos que toma del natural. Y presenta tales materiales en su tierra natal como si no hubieran sido desgajados del lugar que ocuparon. Como si no se hubieran sido trasladados a muchas leguas de donde estuvieron. Y colocados en su ambiente.

Porque hay que decir que Pepe Claros pertenece a esa y extinguida especie o estirpe de pintor nómada, buscador de sueños y paraísos que no descansa hasta que no ha viajado en caravana por el desierto, se ha subido a lomos del globo aerostático o a bordo del avión cacharroso y destartalado que amenaza ruina. A la grupa de su inspiración, siempre virgen y lujuriosa, Pepe Claros se interna en peregrinos destinos, en inhóspitos huecos o en plazas que no están clasificadas en las agencias de viajes como rutas visitables.

Luego, cuando la peripecia ha pasado, agrupa y clasifica Pepe Claros los bártulos, objetos, perlas, pulseras, vajillas, cuadros, lienzos, perfumes o adornos, de los muchos viajes que ha hecho por geografías exóticas. Pepe Claros, de infinita curiosidad, es un impenitente viajero, al que se le llenan los ojos de ver paisajes lejanos, costumbres anómalas, religiones extrañas, mujeres en sus trabajos cotidianos, chamanes en sus ritos que luego se trasfieren a sus cuadros llenos de luz y color. La vida en los paraísos atrasados, en las civilizaciones dormidas, allí donde no se disputan otra cosa que un trozo de alimento. En donde el tiempo se queda detenido, estancado, como si no existieran relojes. Poco amigo de culturas avanzadas, antes bien de las que dan los primeros latidos, los actos fundacionales de la existencias, Pepe Claros parece querer atrapar con la punta de sus pinceles el origen de las cosas.

Tan pronto la primavera le alborota el corazón, Pepe Claros saca a relucir sus muchas artes, que pueden ser orientales, africanas o asiáticas, abre los baúles de su pintoresco museo -un auténtico lujo incrustado en un piso de urbanita-, le da libertad a las cosas azules que concentra en sus vajillas, mueve sus bártulos y sus adornos, le concede libertad a sus criaturas que había fijado en los marcos, habla con sus pinturas y desembucha todo aquello que puede servir para hacer una perfecta representación en un escenario artístico -que puede ser Caballerizas en los Molinos del Río, el Almudí, el Casino, un bar-, e interpreta, sea como rey, visir, domador o sultán, a las mil maravillas el papel de anfitrión o de actor en una función anual. Ante un público expectante que cada año aguarda con fruición la siempre amena función, el pintoresco decorado, el escenario idóneo para admirar las joyas de su corona.

Porque Pepe Claros, pintor y escultor que no se prodiga en exceso, es de los pocos humanos que quedan en la tierra que siente el arte como un espectáculo divertido, la cultura como un distracción viva y jugosa, la vida como un juego en el que hay que agotarse, como los niños. De haber vivido en los primeros del veinte hubiera sido surrealista, creacionista o duchampniano. De haber vivido por aquellas fechas se hubiera afiliado al partido dadaísta. De haber sido vanguardista, hubiera soldado las diversas artes. Pepe Claros, hemos de decirlo, nunca aparece como los cabecilla de la rebelión plástica en Murcia, no es conocido del todo por el público en general ni el personal se desvive por conocer su obra -por otra parte bastante escondida-, posiblemente porque su espíritu vuela por culturas ajenas. Tampoco aparece como el que cobra más caro por su cuadros ni trata de venderte lo que ha pintado o compuesto cuando te lo encuentras con su sombrero por Platería -mucho antes de que un consejero de Cultura hiciera uso de él-, tampoco figura como el más genuino representante de la pintura mediterránea ni frecuenta con exceso las galerías consagradas, aunque, fiel a su estilo, sigue con sus pasos pausados, sabe que inunda de luz sus cuadros, generalmente tomados al aire libre, con espacios abiertos, a la luz del mediodía, cerca de los juncos del río, junto al mercado, al lado de los seres que contempla. Porque Pepe hace pintura testimonio, pintura de tinta china, de farolillos y de feria, de trazo breve. Y hace pintura por el placer de pintar.

Conocí, y debería haberlo dicho antes, a Pepe Claros hace muchos años, tantos que ni me acuerdo de entre la niebla, pero empecé a tratarlo cuando actuaba de profesor en las clases de dibujo del instituto Alfonso X El Sabio, allí donde se volcaba más en los aspectos artísticos de la materia que en los técnicos, más como apoyo a la siempre dura tarea de la supervivencia que por vocación pedagógica, aunque cabe señalar que siempre me llamó la atención la manera tan peculiar de la que disponía para que accedieran los alumnos, ajenos a la creación artística, a los terrenos de la aventura plástica que es en donde siempre anda él. Un hombre que vive con Carmen rodeado de un auténtico azul museo que daría para engalanar muchos otros que se alzan desnudos de equipaje, como los hijos de la mar. Desaparecido Párraga, habiendo dejado inmenso hueco y una enorme tristeza, tan sólo Pepe Claros puede, si insiste, animar el cotarro provinciano cada año.