Japón no quiere estos Juegos. O al menos, celebrarlos de esta manera. Atletas, deportistas, oficiales, árbitros y periodistas viven estos días en una realidad paralela -hay quien prefiere el término burbuja- en la que no salpican ni por asomo la rutina diaria de los ciudadanos nipones. Ellos por un lado; el movimiento olímpico, por el otro.

Ni una sola señal ni iconografía que nos recuerde la cuenta atrás para la ceremonia de apertura, de la que ya se ha conocido el metraje exacto (tres horas y 35 minutos), y también que habrá un recuerdo muy notable a los anteriores Juegos de Japón. A los del 64, que el país del Sol Naciente enfiló de una forma muy diferente a los actuales.

Entonces brillaron Bob Hayes, Abebe Bikila o Larisa Latynina. Pero sobre todo lo hizo Japón. Con sus infraestructuras, su mirada al futuro, sus recién renovadas autopistas y un entonces muy moderno monorraíl que ya conectaba la metrópolis con el aeropuerto. Lució el país y lo hicieron sus ciudadanos, protagonistas felices de una fiesta planetaria.

Ahora ya no hay motivos para presumir de nada. La única cuenta que se ha puesto en movimiento es la de positivos en covid; desde el sábado, se espera que cuenten las medallas. Mientras, es como si en Japón conviviesen estos días dos realidades paralelas en la misma gigantesca ciudad. Como separadas por un cristal invisible, ambas comparten escenario pero tal vez no los mismos propósitos. Da la impresión de que el país quiere que los Juegos transcurran cuanto antes. Y que transcurran bien, sin sobresaltos. Al fin y al cabo, los lugareños no van a poder disfrutarlos en las gradas.

Los objetivos de los visitantes son dispares. Los atletas buscan brillar; los entrenadores, conseguir que en las marcas y el rendimiento apenas afecte la ausencia de espectadores; y los periodistas, hallar el ecosistema propicio para empezar a trabajar. El IBC desde el que salen rumbo a España estas líneas escritas a toda prisa está ubicado en la Tokyo Big Sight, una faraónica construcción que acoge la maravillosa Torre de Babel en la que hacen su cobertura los informadores de todo el mundo.

En el centro internacional de prensa trabajan los periodistas con la normalidad que ya no hallarán cuando abandonen las múltiples paredes, oficinas, estudios de radio y cables de televisión de este 'media center' que ya ha encendido sus pantallas. En el hotel les aguardan dos oficiales en la puerta para vigilar sus movimientos y recordarles que tienen no más de 15 minutos para hacer la compra y volver. Será el único tiempo de conexión entre las dos realidades convivientes en Tokio y tampoco entonces estará permitido preguntar nada. El manual de instrucciones de estos Juegos Olímpicos prohíbe taxativamente entrevistar a los ciudadanos locales, que en todo caso rehúyen cualquier intento periodístico en busca de la respuesta a la pregunta que todos se hacen. "¿Quiere Japón estos Juegos?". Desde luego no de esta manera. Pero ayer se pusieron en marcha los primeros deportes (softbol y fútbol femenino) y en pocas horas se encenderá el pebetero. Son los Juegos del silencio. El desafío del COI es encontrar el botón de la normalidad. Y encenderlo desde mañana al 8 de agosto.