El sol aquel 10 de abril de 1896 caía con justicia, como si fuese verano, sobre la vetusta Atenas. 17 atletas, trece de ellos griegos y cuatro foráneos, tomaron la salida a las 2 de la tarde en la primera maratón olímpica de la historia. Por delante, 40 kilómetros, imitando la distancia que, hacía más de 2.500 años, la leyenda relata que recorrió el soldado Filípides para anunciar la victoria de los atenienses sobre los persas antes de desplomarse y morir.

Unas 100.000 personas aguardaban expectantes en el estadio Panathinaikó, un recinto construido con mármol blanco extraído de las canteras del Monte Pentélico, el mismo que dio vida milenios atrás al templo del Partenón.

Tras 2 horas, 58 minutos y 50 segundos de recorrido por un polvoriento trazado de tierra, la silueta de Spiridon Louis, un joven pastor de 23 años que llevaba a pie baldes de agua desde Maroussi a Atenas, aparecía en primer lugar en la espectacular pista en forma de horquilla del Estadio Olímpico heleno. Spiros -que fue seleccionado para correr la maratón por el coronel Papadiamantopoulos, su superior durante el servicio militar-, con un calzado rudimentario, supo regularse en una distancia inédita para él y el resto de participantes. Llegó, incluso, a detenerse en una taberna para tomar vino, cerveza y zumo de naranja, y luego ir cazando poco a poco a sus rivales. La mayoría abandonarían exhaustos. El inglés Edwin Flack caería desplomado y embestido por una bicicleta, el húngaro Gyula Kellner sería descalificado por hacer parte del recorrido en un carruaje y el francés Albin Lermusiaux, líder hasta el kilómetro 32, se desmayaría deshidratado.

De héroe al anonimato

‘Spyros’ fue coronado con unas ramitas de olivo, una medalla de plata y el rey Jorge I le regalaría una carreta con bueyes para seguir con su trabajo de aguador. Tras aquella gesta, no volvería a correr nunca más. Era un héroe, pero se refugió como granjero en Maroussi, su pueblo natal, lejos de la gloria. Nunca llegaría a ser consciente de que su nombre, como el de Filípides, sería eterno.