Si hay un símbolo internacional que aglutina la aspiración de la humanidad por el entendimiento, respeto y la tolerancia son, sin lugar a dudas, los cinco aros entrelazados que representa el encuentro de los deportistas del mundo entero en los Juegos Olímpicos. Su origen, al igual que el resto de símbolos y actos ceremoniales protocolarios del Olimpismo, se encuentra ligado a Pierre de Coubertin, que comenzó a utilizarlo en 1913, en el encabezado de la correspondencia que mantenía como presidente del Comité Internacional Olímpico (CIO).

Los aros son propiedad exclusiva del CIO, que tiene los derechos para su uso bajo cualquier circunstancia, pero especialmente con fines lucrativos, comerciales y publicitarios. En numerosos estudios de investigación, el símbolo olímpico se reconoce como una de las marcas más reconocidas del mundo. Ningún otro símbolo se identifica en tantas culturas diferentes y en todos los continentes, tanto que los aros gozan de un nivel mundial de reconocimiento superior a cualquier marca comercial, institución solidaria o humanitaria.

La capacidad de atracción comercial de los aros olímpicos, asociados a los valores que representa el Olimpismo, son muy demandados por los patrocinadores, lo que permite al CIO un importante poder de negociación para cerrar multimillonarios contratos y que permite retornar amplios beneficios económicos al Movimiento Olímpico. Sin embargo, el márketing gestionado por el CIO mantiene una férrea protección de la marca olímpica restringiendo sustancialmente el uso comercial que puedan realizarse de los Juegos.

¿Cuántas pantallas o lonas publicitarias se pueden visualizar en las instalaciones deportivas olímpicas? Cuando vemos por televisión la final de gimnasia artística, de 100 metros lisos, de fútbol, de baloncesto o de tenis, ¿cuántos anunciantes aparecen en las vallas publicitarias? Asombroso pero ninguno, solo la marca olímpica y los emblemas del Comité Organizador de los Juegos, autorizados por el CIO, son los únicos permitidos. Ni tan siquiera en las ruedas de prensa que ofrecen los deportistas, se puede apreciar ningún atisbo de imagen comercial que no sea la marca olímpica.

Todo está controlado y diseñado para que brille el ideal olímpico, manteniendo los orígenes nobles caballerescos de alcanzar la excelencia sin perseguir el beneficio crematístico, lo que es sin duda un arriesgado ejercicio de funambulismo que mantiene a los Juegos como la dimensión más tangible de un entramado que genera tantos detractores como fanáticos por los aros olímpicos.