Es la serie de moda, lo que en sí mismo es un término con el que deberíamos mantener las distancias. Las modas duran poco, ya se sabe. Y en este sentido no me extraña que Archivo 81 (2022, Netflix) sea la serie de moda. A mí, personalmente, me llamó la atención porque detrás, escondido entre sus créditos, se encontraba el nombre de James Wan, quizá el mejor director que tenemos dentro del cine de terror más comercial, léase Saw (2004), Insidious (2010) o Expediente Warren (2013).

Uno siempre piensa que si Wan está entre los implicados es porque algo habrá visto el director en la propuesta. Aunque cuando uno figura como productor ejecutivo, que es el caso de Wan en Archivo 81, sus labores pueden ser francamente amplias.

El infame Harvey Weinstein no dejaba trabajar a aquellos directores en cuyas películas figuraba como productor ejecutivo (salvo en las de Tarantino) y Francis Ford Coppola, productor ejecutivo de Sleepy Hollow (1999), aseguran que nunca se dejó ver, ni dentro ni fuera del set de rodaje.

Pues bien, tengo la sensación de que James Wan ha ejercido una labor más próxima a la de Coppola en Sleepy Hollow que cualquier otra cosa. En muchos casos, el productor ejecutivo cobra únicamente por dejar que su nombre aparezca en los créditos de una película a modo de apadrinamiento.

Spielberg está harto de producir ‘ejecutivamente’ películas en las que nunca intervino en modo alguno, y, cómo él, la lista sería extensa y a la larga muy divertida, no se crean.

Pero volviendo a Archivo 81, aviso a navegantes, que nadie se deje engañar (como yo), y quiera ver esta nueva serie de Netflix pensando que va a ser algo diferente a lo que esta plataforma nos suele ofrecer, que salvo contadas excepciones es mucha morralla.

Hay, no obstante, algo que reconocerle a Archivo 81. Si ves el primer episodio, terminas viendo la serie entera. Sus giros de guion al final de cada capítulo son tan desconcertantes que resulta inevitable ver el siguiente y después el siguiente y así hasta sus ocho capítulos. Al menos esto también hay que reconocérselo, no es una serie muy larga por más que cada episodio flirtee con la hora de metraje, lo que me parece un disparate. Lo he dicho siempre, si es difícil hacer una película compacta de dos horas, imagínense una de ocho.

El caso es que Archivo 81 nos cuenta la historia de Dan Turner (Mamoudou Athie), un restaurador de cintas analógicas que es contratado para que rescate unas imágenes grabadas con una cámara casera que fueron pasto de las llamas en un viejo edificio de Nueva York.

Obviamente, en cuanto Turner comienza a restaurar cintas (por cierto, un figura, lo hace en cero coma) y a contemplarlas, empieza a formar parte de una historia paralela imprevisiblemente conectada con él. La de Melody Pendras (Dina Shihabi), una joven que haciendo un estudio sobre un viejo edificio terminó desapareciendo del mapa.

La propuesta es interesante, si yo no digo que no. Sobre todo conforme el relato va avanzando y lógicamente empezamos a comprobar que no todo es lo que parece. Al final Archivo 81 termina siendo un cóctel de La semilla del diablo, Sinister y cualquier película de casas encantadas. Pero ojo, que sepan esto no significa que vayan a suponer por dónde van los tiros.

Es cierto que Archivo 81 conforme va avanzando se va entregando más y más al género sin complejos y eso siempre es de agradecer. Capítulo tras capítulo las cosas se van tornando más extrañas y las hipotéticas conclusiones más confusas.

Sin embargo, esto último y la incapacidad de sus responsables por reordenar el material con el que estaban trabajando es, al final, el principal defecto de Archivo 81. Hay muchos apuntes aquí y allá, pero son pocas las cosas que se concretan, y ya no digamos con su final que nos deja en un laberinto de infinitas posibilidades que, obviamente, servirá de alfombra roja para su segunda temporada ya en preparación. 

Yo, personalmente, no recomendaría Archivo 81. Empieza siendo una película de terror para terminar convirtiéndose en un folletín interdimensional cuya inquietud inicial se ha diluido convirtiéndose en un mayúsculo WTF en el que nuestra única finalidad es, por favor, que al final todo esto tenga algún sentido.

¿Lo tiene? Hasta cierto punto, pero bueno. Una perdida de tiempo, hay que admitirlo. Pero no una perdida de tiempo cualquiera, una formidable pérdida de tiempo. Lo cual, no se crean, no es del todo bueno.