Nos la vendieron como la serie que estaba llamada a convertirse en la sucesora de El juego del calamar en Netflix. Pero no se engañen, está mucho mejor. La serie se titula Rumbo al infierno y está dirigida por uno de los directores estrella del actual cine coreano, Yeon Sang-ho, responsable de la estupenda Train to busan y su trepidante secuela, Península, algo más discutida pero que también está muy bien.

Rumbo al infierno nos cuenta la historia de un extraño evento sobrenatural que anuncia a personas, teóricamente ‘pecadores’, el día y la hora exacta a la que van a morir. Lo mejor es la forma de morir, porque no se crean que se trata de un accidente fortuito que acaba súbitamente con la vida de los personajes, no. Se trata de la aparición de tres titanes que, sin escatimar esfuerzos, destrozan, literalmente, a sus víctimas hasta que las someten a una especie de fuego final.

La policía pronto entra en juego y pronto aparece una formación religiosa que tomará las formas propias de una secta, que se hace abanderada de esos sucesos, aunque a veces las cosas que ocurren tengan poco que ver con ser o no un pecador. Además, ¿pecador en función a qué criterios morales o religiosos?

Rumbo al infierno es una de esas propuestas muy del cine asiático, es decir, excesivas y al mismo tiempo muy dramáticas. La verdad es que suelen tener muy buena mano a la hora de proponer ideas absolutamente delirantes y hacerlas dramáticamente verosímiles, lo cual, no se crean, es muy complicado. Rumbo al infierno, en este sentido, lo consigue con creces, cuando los eventos sobrenaturales se vuelven imbatibles y a todas luces inevitables.

Eso sí, si uno quiere disfrutar de Rumbo al infierno lo mejor que puede hacer es ver los primeros diez minutos del primer episodio, y si aún así, si quiere saber más, será una buena elección. Pero si a los diez minutos de ver el arranque de la serie uno decide legítimamente no continuar también hará bien. Hay que tener estómago para asimilar determinadas propuestas de ficción, sobre todo cuando son de mucha, demasiada ficción. 

Dicho esto, lo cierto es que Rumbo al infierno es una serie que va al grano. No se pierde en historias que no van a ningún sitio y al final todo aporta. Es cierto, no obstante, que tal vez el único inconveniente que puede tener Rumbo al infierno es que no tiene un protagonista fijo. La historia se diluye demasiado y los referentes fijos a los que agarrase carecen de consistencia o directamente desaparecen de la trama sin previo aviso.

Eso sí, la serie está filmada con pulso de hierro con algunas escenas realmente bien diseñadas, como no podía ser menos viniendo del director de Península. Rumbo al infierno es una buena serie. Está bien planteada y desarrollada, aunque su conclusión pueda irritar a más de uno. Sang-ho ha creado para Rumbo al infierno una mitología propia desde cero, y, por tanto, se puede permitir todas las licencias que quiera, incluida la de no aclarar gran cosa y dejar final abierto, no, en plena llanura siberiana.

De todos modos, después de haber visto una serie como Rumbo al infierno, no puedo evitar pensar que tal vez la propuesta habría quedado más redondeada si en vez de una serie se hubiera hecho una película. Tal vez sea culpa mía, y es que soy de la vieja escuela, pero cuando atisbo que las cosas se podrían haber contado en menos tiempo me pongo de mal humor.

A veces me da la sensación de que nos están embotando con historias alargadas, que, seguramente, habrían quedado mejor en menos tiempo. Entiendo que para las plataformas las series sean recibidas como agua de mayo. Más horas de programación al servicio del desprevenido espectador. Pero si nos detenemos un poco a reflexionar sobre lo que estamos viendo, rara es la historia que merezca siete, ocho o nueve episodios 

Aún así, insisto, Rumbo al infierno está muy bien, pero seguramente habría quedado aún mejor como un largometraje. En la síntesis está la magia, creo yo, y las series no suelen exhibir demasiada síntesis. Más bien al contrario. 

Tal vez, a la vista de las circunstancias, lo mejor sea volver a las viejas series de episodios. Aquellas que nos contaban una historia en 45 minutos y punto. Había un personaje que evolucionaba, pero lo hacía historia tras historia.

Ahora las series son películas alargadas hasta el delirio que no soportarían un segundo visionado ni hartos de vino. Piensen en esto. ¿Cuántas series volverían a ver por segunda vez? Yo una o dos. ¿Pero cuántas series o películas verían por segunda vez? Muchas, de hecho lo hacemos a menudo. Yo no vería por segunda vez Rumbo al infierno, y eso que creo que es una buena serie.