¿Por dónde empezamos, por lo de 'House of Cards' o por lo de 'The Walking Dead'? Imagino que a estas alturas ya todo el mundo lo sabrá, pero si hay algún despistado aviso antes de que sigan leyendo de que vienen spoilers. Las dos series tienen en común que han decidido "cargarse" a sus protagonistas en sus nuevas entregas recientemente estrenadas. Ante el revés sufrido al frente del reparto, las campañas de publicidad de las dos series han optado por anunciar el relevo en el reparto a los cuatro vientos con la esperanza de pescar nuevos espectadores. Alguno picará, pero también se corre el riesgo de que otros vean que ha llegado el momento de bajarse del barco. La muerte del protagonista suele ser el broche de oro con el que algunas series ponen su punto y final a su trama. El problema es cuando esta muerte está forzada por causas ajenas a la historia que en ellas se cuenta. El guionista se encuentra haciendo complicadas maniobras de equilibrismo en la cuerda floja, plenamente consciente de que el resultado puede ser una chapuza.

En cuanto a 'The Walking Dead', los productores llevan anunciando desde el verano que en los primeros episodios de esta novena temporada asistiríamos a la marcha del personaje de Rick Grimes (Andrew Lincoln) de la serie. La insistencia semana tras semana casi parecía un intento para tratar de remontar las audiencias a la baja. Había espectadores que ni siquieran estaban por darle una oportunidad a la serie tras dos temporadas que habían sido soporíferas cuando podrían haber sido grandiosas. El arranque de este año ha sido uno de los más bajos del show, por lo que la marcha de Rick era la excusa perfecta para intentar recuperar espectadores. La novena temporada empezaba con la promesa de que veríamos los brotes verdes. Los títulos de crédito dejaban atrás las imágenes de putrefacción de años anteriores y nos mostraban cómo la vida vuelve a abrirse camino.

El caso es que Andrew Lincoln ya estaba cansado de tanto zombie y necesitaba tomarse un respiro por cuestiones estrictamente personales. El episodio de la semana pasada nos contaba el momento de la marcha de Rick. Durante todo el capítulo, van poniendo la miel en los labios al espectador con la promesa de un final épico, que se acaba convirtiendo en un coitus interruptus en el que los productores no se atreven a llevar lo que están contando hacia sus últimas consecuencias. Durante todo el capítulo vemos a un Rick malherido a caballo tratando de alejar a toda una horda de zombies de donde se encuentran los suyos. Llama la atención que el propósito inicial es alejarles del puente que están construyendo, ya que éste tiene que ser preservado a toda costa. Sin embargo, es allí dónde acaban para acabar volándolo todo por los aires. Durante su marcha hacia el sacrificio definitivo, Rick se desmaya y, en su delirio, se reencuentra con viejos personajes del pasado. Me choca que entre los secundarios que "resucitan" no estén su mujer y su hijo, pero lo dejaremos pasar porque el motivo sería que los actores no estaban disponibles. Tras la explosión final en la que damos la suerte por echada, se produce un rescate final en un misterioso helicóptero que se lo lleva con rumbo desconocido. Seguramente para poder regresar triunfalmente en un futuro cuando llegue el último episodio o que el actor decida poner fin a este retiro voluntario. La serie prosigue con un salto temporal de varios años. Ya tenía yo la sensación de que me interesaba más dónde iba ese helicóptero que la historia que nos estaban contando. Sin embargo, el episodio de esta semana se guardaba en la manga una carta final: la llegada de los nuevos villanos de la serie. Aquellos a quienes los fans del cómic conocen como los susurradores. La esperanza de los brotes verdes se mantiene.

Desde las últimas temporadas, estaba bastante claro que en 'House of Cards' iba a ver una guerra por la presidencia de los Estados Unidos entre el matrimonio Underwood. Y las quinielas apuntaban a Claire (Robin Wright) como la ganadora. El final de la quinta temporada, dejó despejado el camino a la maquiavélica primera dama hacia el Despacho Oval, mientras su derrotado marido prometía la revancha desde las sombras. La sexta iba a contar el combate final entre los Underwood, pero los escándalos sexuales empezaron a salpicar a Kevin Spacey en la vida real. Denuncias que terminaron con el fulminante despido del actor cuando el rodaje de la sexta temporada ya había empezado. Netflix podía haber optado por dejar la serie como se quedó el año pasado, aunque en el otro lado de la balanza pesaba que había ganas de ver a Claire como presidenta. En el fondo, 'House of Cards' era ya una serie amortizada y, antes de la marcha de Spacey, ya había empezado a dar muestras de agotamiento.

Las dudas sobre cómo iban a salir los de Netflix del jardín de la ausencia de Frank quedaban solventadas en el primer episodio. Frank ha muerto y a los espectadores nos dejan con la sensación de que nos han robado un momento importante. Sobre todo porque la sombra de Frank Underwood sigue presente durante toda la temporada. Una carencia que se intenta paliar convirtiendo en un misterio las circunstancias que rodearon su fallecimiento y de las que se van sabiendo más cosas capítulo a capítulo. Aunque tampoco era muy complicado, imaginárselas. Los ocho capítulos de la serie me han aburrido y sus intrigas políticas tampoco suscitan gran interés. Más que hacer una sutil metáfora con acontecimientos reales de la política norteamericana, todo parece un vacío pretexto para que todos puedan mostrar lo malvados que son. Desaparecido Frank, era lógico que quien fuera su más fiel lacayo, Doug Stamper interpretado por Michael Kelly, se convirtiera en uno de los más peligrosos antagonistas de la nueva presidenta, aunque tenemos más enemigos acechándola. La trama política es aburrida y da la sensación que la intención era acabar como fuera, sin que se note que tras tantas conspiraciones no hay nada.