Su nombre le viene como anillo al dedo: Alguazas: la que está en medio (del árabe Aluazta o Alhuasta). Esta semana, nos vamos a un municipio que se encuentra resguardado entre los ríos Mula y Segura.

«Antes, los jóvenes de las localidades vecinas venían aquí, ahora son los de aquí los que se van fuera», se queja un vecino, ya jubilado, mientras nos tomamos un café en la plaza Adolfo Suárez.

Es sábado por la mañana, el sol aún no calienta en exceso. Reconozco que si hay algo que estoy aprendiendo en estos viajes por la Región de Murcia es a recuperar algo que, lamentablemente, se está perdiendo: hablar con nuestros mayores, rescatar la memoria. Regresar de vez en cuando a nuestro pasado, no solo es bueno, sino que debería servir para no repetir errores.

Órgano barroco ibérico más longevo

El rincón de esta semana nos traslada a un municipio que apenas recibe visitantes, y mucho menos turistas. Su cercanía a Molina y a Murcia quizás juegue en su contra, pero cuando uno habla con sus raíces, descubre lugares que bien merecen una visita.

«Sus plazas y calles son un hervidero de gente», le digo a mi compañero de café.

«Sí, a estas horas y en esta época del año sí, pero en cuanto cae el sol, y más a partir de ahora que ya han cambiado la hora, el pueblo entra en una especie de letargo», me contesta.

«¿Siempre fue así?», le pregunto.

«No, en los años ochenta, el ambiente era distinto, la gente de Las Torres, Molina, Ceutí o Lorquí, venían mucho por aquí. Ya no es lo que era», se lamenta.

Iglesia de San Onofre y Torre Vieja

«Nene», me dice, lo cual a esta edad se agradece, «no te vayas sin ver la Torre del Moro», así llaman a la Torre Vieja del Alguazas (del siglo XIV). Me indica cómo llegar y, aunque el laberinto de carreteras secundarias es un poco laberíntico, lo encuentro con cierta facilidad.

Esta torre fortaleza fue declarada BIC a mediados de los años ochenta (1985); junto a ella, un monumento en homenaje al huertano nos recibe. Si el exterior merece la pena, mucho más interesante es introducirse en su interior. Esta torre cuadrada con un patio central alberga hoy en día una pequeña capilla, un museo etnográfico y una pequeña sala de exposiciones. Sus casi cien ventanales en la parte superior la convierten en una pequeña atalaya desde donde divisar la Vega Media.

Ermita de la Purísima

Si van a ir, es imprescindible que llamen y se aseguren de que esté abierta. Una lástima que su entorno no esté mucho más acondicionado, pues el lugar permitiría recrear un paseo circular por lo que fue el pulmón de la rica huerta de la Vega Media del Segura.

Me vuelvo al centro del municipio. Un sinfín de industrias y calles entrecruzadas convierten Alguazas en un pequeño caos circulatorio, y es que convivir la ciudad con la industria tan cerca tiene estos inconvenientes.

Me dirijo a su Iglesia de San Onofre, en medio de la ciudad. Aparece como salida de la nada, su tamaño se va agrandado por el efecto que produce su ubicación.

Aprovecho que, como muchas veces ocurre, dos mujeres se encargan de mantener inmaculadamente limpio su interior, y una vez más, me reciben con los brazos abiertos, así que no dudo en preguntarles por su iglesia.

Dentro de su iglesia de San Onofre se encuentra el órgano barroco más longevo de España (s. XVIII)

Una de ellas me pide que no diga su nombre, me lleva directamente hasta su pequeña y particular joya de Alguazas. Cuando nos ponemos frente a él, empieza a explicarme su historia: «Es el más antiguo que se conserva en la Región», me dice. En la página web del Ayuntamiento leo que efectivamente es el órgano barroco ibérico más longevo, siendo del siglo XVIII (1734). Me llama poderosamente la atención dónde está ubicado dentro de la Iglesia. Si no lo han visto nunca, les invito a que un día de estos se acerquen hasta esta localidad, porque esta iglesia bien merece una misa.

También la merece su Ermita de la Purísima, que debió tener sus orígenes en los comienzos del siglo XVIII y que alberga una cúpula sobre el altar y, desde los años 40, una imagen de la Purísima Concepción.

Una gran chimenea se erige en la plaza del Ayuntamiento

Qué comer: su arroz con conejo

«¿Dónde puedo comer bien aquí?», le pregunto a mi particular cicerone, antes de despedirme.

«Más que donde, mejor te digo qué comer. El arroz con conejo, pero, sobre todo, no te vayas sin almorzar un buen zarangollo». Cuando voy a pagar, me ofrece un paparajote que estaba preparando: «Hoy vienen a comer unos funcionarios de Molina que me han encargado un arroz. Pruébalo, pero no te comas la hoja del limonero», me comenta con una sonrisa sarcástica. «Mi padre era del barrio de las ranas», le digo. Efectivamente, está muy bueno.

Arroz con conejo

Atrás dejo la chimenea que se erige imponente en la plaza del Ayuntamiento (plaza Adolfo Suárez), rememorando aquellos años de finales del pasado siglo.

Cuando miro por el retrovisor dirección Las Torres de Cotillas, una hilera interminable de palmeras me escoltan durante un par de kilómetros, quizás recordando aquellos años en los que Alguazas estaba en medio del todo.

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