Era primavera, no recuerdo muy bien por qué estaba paseando por una de las playas de Mazarrón cuando vi a mi gran amigo Rafa. Llevaba mucho tiempo sin saber de él, sabía que se había jubilado y que se había trasladado a esta localidad.

«¿Qué haces por aquí?», le pregunté mientras le daba un abrazo, de esos que dábamos antes de la pandemia.

«Vivir, amigo Miguel. Vivir».

Y es que hay que reconocer que este rincón de la Región reúne unas condiciones idóneas para disfrutar de una calidad de vida diferente. Mientras en las grandes ciudades la velocidad, la ansiedad y el estrés forman parte de nuestro día a día, en Mazarrón uno puede quedarse a vivir para siempre en perfecta armonía con el mar y sus gentes.

Lo mejor de este municipio, como dice su alcalde, Gaspar Miras, es que «una vez que la gente conoce nuestras playas, de pronto descubre toda nuestra historia, nuestro patrimonio natural y cultural y, por supuesto, nuestra gastronomía; es entonces cuando de verdad se sorprende el viajero».

Erosiones de Bolnuevo

Antes de adentrarme hacia el interior en busca de sus Casas Consistoriales y de su pasado, me acerco al Puerto, como aquí conocen a su costa; recorro su Bahía, y aquí, paseando por sus innumerables playas y calas, entiendes por qué mucha gente encuentra aquí su lugar. Bolnuevo, El Castellar, El Mojón, Playa Negra, El Alamillo, y así hasta treinta formas diferentes de asomarte al mar.

Pocas ciudades del Mediterráneo tienen el lujo de tener dos ciudades en una, y es que tanto Mazarrón como el Puerto (Bahía), a pesar de tener un cordón umbilical que las une permanentemente, viven muchas veces historias, y, a veces, vidas diferentes.

Si existe el paraíso, se tiene que parecer bastante a sentarse con un asiático en este lugar a orillas del Mediterráneo.

Me tomo un asiático junto al mar. No sé si existe el paraíso, pero si existe, se tiene que parecer bastante a este momento que vivo a orillas del Mediterráneo, con el mar acariciando la arena. Y, mientras planifico la jornada, vuelvo a quedarme ensimismado viendo las erosiones de Bolnuevo que han sido fotografiadas de mil maneras y colores.

Paseando por sus innumerables playas y calas entiendes por qué mucha gente encuentra aquí su lugar.

Vuelvo sobre mis pasos y regreso a la ciudad, donde, sin duda, si sus playas y calas son sus pulmones, la plaza que envuelve a sus Casas Consistoriales es el corazón de la ciudad. Y es que si hay algo de lo que te arrepientes cuando conoces su Convento de la Purísima, Torre del Molinete, el Castillo de los Vélez o su Iglesia de San Andrés y San Antonio, es haber pasado cientos de veces por las faldas de esta ciudad minera rodeada de paisajes ocres, en busca del mar, y no haber buceado durante un tiempo por sus plazas y arterias. Y es que como dice uno de sus eslóganes: «Mazarrón es otra historia».

Iglesia de San Andrés

Estoy seguro que el día que esta ciudad reconvierta su pasado minero en futuro, se dará un paso importante para que la tierra recupere una parte importante de lo que le extrajeron.

«Necesito paz y aquí la encuentro»

Me cruzo con María, una antigua alumna y que hoy es una gran amiga. Ella me da la clave de lo que es vivir aquí. Trabaja en La Arrixaca, va y viene muy casi a diario hasta la ciudad sanitaria. Cuando le pregunto si alguna vez pensó en alquilarse algo en Murcia, me mira a los ojos y cogiéndome del brazo me dice: «Maestro -aún me llama así a pesar de los años, y ella no sabe que me enseñó ella a mí más que yo a ella-, yo aquí soy feliz, necesito paz y aquí la encuentro».

Castillo de los Velez

Nos vamos a tomar algo ahora que las restricciones se han levantado un poco: «La gente lo ha pasado mal, al igual que en muchos sitios», me dice mientras paseamos. La gente parece que ha empezado a recuperar ilusión y esperanza, las sonrisas en los rostros de la gente que se cruza con nosotros son patentes. Mientras recorro la ciudad con esta lorquina afincada definitivamente aquí le pregunto por los bares de Mazarrón: La Inesperada y su pulpo, El Matas, Bar de Luis…; «es que aquí y en la playa se come muy bien y fresco», me dice. Quedamos en vernos para mayo, estoy deseando volver.

Las Casas Consistoriales y la plaza que las envuelve son, sin duda, el corazón de Mazarrón.

Sabor a Mazarrón

Lo mejor a la hora de comer, sin duda, es preguntar en la Oficina de Turismo (por cierto, su página web está muy bien construida y ofrece buena información), pero, tanto en la costa como en el interior, se ofrecen platos con sabor a tierra y mar como en pocos lugares.

Desde El Espigón a Pizarrón, de La Meseguera a La Cumbre, hay mucho donde elegir, y es que pocos lugares ofrecen tantas terrazas con vistas al desnudo Mediterráneo donde saborear pescado fresco, arroces y comidas caseras. ¿Hay quien ofrezca más?

Les recomiendo una cosa, si vienen a Mazarrón, vean amanecer o atardecer desde alguno de sus miradores naturales que se adentran en el mar: El Cabezo del Castellar, Los Gavilanes, La Cebada o, incluso, desde La Isla. Una imagen para el recuerdo les espera.

Atrás dejo no solo una ciudad envuelta en celofán rojo y ocre, o playas como Percheles -de la que me hablaba mi bisabuela cuando apenas levantaba yo medio palmo del suelo-, o sus restos arqueológicos de la Villa del Alamillo, su Barco Fenicio y su Centro de Interpretación, bucear por rincones llenos de vida y naturaleza..., sino que, también, regreso con la seguridad de que volveré, y es que esta ciudad tiene embrujo.

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