En la Región de Murcia tenemos la suerte de que no hay que viajar a Oriente Medio para conocer los pequeños oasis con que la naturaleza ha premiado a determinados lugares, y uno de ellos está aquí, a menos de media hora de la capital murciana. Si algún día quieren visitar un lugar diferente y único, bienvenidos a Abanilla.

Hermanado con la localidad francesa de Villeurbanne, cerca de Lyon, este municipio cuenta sobre todo con un as en la manga para ser visitado: su paisaje. Lugares que parecen sacados de aquellas postales que, hace lustros, enviaban los viajeros y turistas a sus familiares para mostrarles las bellezas que estaban visitando.

Me cuenta su alcalde, José Antonio Blasco, que Manuel Fraga en el año 1986, cuando escuchó el himno a la Santa Cruz, lloró; y es que su ‘Lignum Crucis’, Iglesia de San José, une los primeros días de mayo a miles de abanilleros que vuelven a su tierra al reencuentro, a su memoria y a su infancia.

‘Lignum Crucis’ de Abanilla

Una de las cosas que más llama la atención de este municipio, junto a algunos de sus edificios más singulares, es la gran cantidad de entidades financieras que aún perviven aquí; mientras el resto del país se ve sometido a una reducción de oficinas drástica y lógica, Abanilla parece vivir fuera de esta lógica, lo que sin duda dice mucho del carácter de la gente. Quizás no haya muchos emprendedores, pero de trabajadores y ahorradores parece que van sobrados. La prueba del algodón la tenemos en su evolución demográfica, pues si en los años 40, hace casi un siglo, los habitantes casi llegan a los diez mil, ahora, ochenta años después, rondan los seis mil.

Fachada de un vecino.

Pero, sin duda, lo mejor de Abanilla está en sus historias y sus paisajes. De pronto aparece Mª Ángeles, técnico de Turismo del Ayuntamiento, dispuesta a enseñarme a través de su mirada, los rincones y tradiciones de un lugar donde llama poderosamente la atención algunos nombres que surcan este rincón del interior murciano. Mahoya, Macisvenda, El Tollé, Ricabacica, El Cantón, El Partidor..., comienzan a formar parte de la conversación con ella, mientras me habla de Jaime el Barbudo, un bandolero famoso de la zona que terminó siendo ajusticiado en la Plaza de Santo Domingo en Murcia con el garrote vil.

Una de las cosas que transmite Abanilla es tranquilidad. «Yo no me imagino viviendo en otro lado», me dice su alcalde, mientras visitamos su Iglesia de San José antes de adentrarnos en este ‘pequeño Belén’, como algunos conocen el lugar.

El alcalde de Abanilla, en el famoso lavadero del municipio

Antes de adentrarnos en unos paisajes únicos, nos acercamos a su famoso lavadero, donde el agua que mana a 22 grados fluye viendo pasar el tiempo ajena a cualquier cosa.

Comienza la aventura

Nos acercamos a la Ermita de Santa Cruz en Mahoya, lugar de inicio de algunas de sus rutas más conocidas, en el que parece que el tiempo no ha pasado, al igual que cuando uno llega a El Partidor, donde el agua es dividida (partida): la mayor parte se destina a regar las tierras de Mahoya, y una quinta parte corresponde a Sahués.

Aquí dejaremos el coche para disfrutar de uno de sus mejores paseos, sobre todo en primavera y otoño, en verano es recomendable realizarla a primera hora o cuando comienza a atardecer. Las paredes ocres y rasgadas se mezclan con palmeras y una vegetación de ribera diferente. Mientras andamos un rato, Mª Ángeles me habla de la calidad de los albaricoques de damasco, de sus tradicionales tortilleras y sus ventas, de la Cueva del Peregrino, Fielato, de Peque y María José en Mahoya, donde saborear su particular gastronomía con una relación calidad-precio más que aceptable. Mientras me habla, vienen a mi memoria los gazpachos del Bar La Amistad, en Cañada, quizás uno de los lugares donde mejor se puede saborear este invernal plato; seguimos hablando de gastronomía y aún puedo oler el Horno Moruno de Lola, con sus toñas y tortas de naranja recién sacadas..., y es que sus ‘frutas de masa’ son especiales.

El Horno Moruno de Lola, con sus toñas y tortas de naranja recién sacadas.

Sin darnos cuenta, me encuentro en la Cuesta de la Hechizera, un paisaje único y solitario, lleno de magia y encanto. Estamos en 2021, pero bien podría ser 1900; en este lugar, los minutos tienen sesenta segundos.

Llegamos a una de sus rutas más conocidas, el río Chícamo. Si no la conocen, reserven un día de estos antes de que lleguen los calores del verano y disfruten de un paisaje diferente. En internet tienen todo tipo de información al respecto, así que aquí solo les recomendaré que vengan y disfruten, ah, y traigan calzado para cambiarse después.

Una de sus rutas más conocidas es la del río Chícamo, un paisaje diferente.

Terminamos en el nacimiento del río Chícamo, un lugar que está recuperando la Confederación y que, sin duda, cuando esté terminado, puede ser uno de lugares icónicos e identitarios de este lugar. Ojalá, algún día, su restaurado y medio abandonado Molino del Chícamo sea una referencia como Centro de Visitantes y albergue.

Pregunto por su famoso olivo milenario, una lástima que otra vez la señalización sigue formando parte de la asignatura pendiente de una Región que sigue sin creerse su potencial turístico. El paseo por su ‘bosque’ de olivares junto a su Cooperativa merece también la pena.

Me despido de Abanilla junto a su Ayuntamiento, y me imagino allí, bajo las faldas de su inmensa escalera presidida por su Corazón de Jesús, siendo espectador de un concierto o una obra de teatro, con sus escalones infinitos convertidos en gradas temporales. 

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