Blanca está tocada por la mano de Dios. No lo digo yo, sino Pedro Cano, algo más que un símbolo en un municipio que respira cultura, agua, arte y vida por los cuatro puntos cardinales. Cuando llego para hacer el reportaje es día de mercado, el sol acaricia una ciudad que bulle bajo su gran Peña Negra; aquí nace la leyenda de un pueblo, Blanca, que parece sacado de un sueño.

Vuelvo por enésima vez a pararme en su Mirador del Alto de Bayna, antes de llegar a su casco antiguo. Siempre que puedo entro por aquí, ya que la vuelta prefiero hacerla por una de las carreteras más bonitas del Mediterráneo, donde, siguiendo el curso del río Segura, tengo una cita con la belleza de un paisaje único en el levante español.

Mirador del Alto de Bayna

A estas horas, la ciudad es un ir y venir de gente. Aprovecho que la parte antigua anda algo silenciosa para recrearme en sus callejuelas y plazuelas. Tengo la suerte de encontrarme con Pedro Cano, aunque cruzarte con él es muy habitual por aquí. Es quizás uno de los mayores símbolos de la Región de Murcia, y enamorado de su tierra hasta la médula. Quedo con él para recorrer la Fundación que lleva su nombre.

Enseguida te das cuenta de que el mundo del toro también tiene su hueco y sus espacios aquí, y que estos forman parte de la cotidianidad del paisaje. Su famoso encierro congrega a miles de personas cada mediados de agosto. Esperemos que este año puedan volver a sentirse los corazones acelerados por sus calles, mientras que los astados se adueñan de ellas.

Antes de entregarme por unas horas al mar de tranquilidad que produce visitar la Fundación Pedro Cano, me doy un paseo por una de las principales arterias de la ciudad: el río Segura.

Allí me cruzo con Roberto, un enamorado de la piragua que cada vez que puede, recorre este trozo de paraíso que tenemos al alcance de la mano. Sin duda, aquí se respira algo más que sosiego. Que un día cualquiera se pueda estar disfrutando de estos pequeños lujos que te regala la vida es, sin duda, el mejor ejemplo de lo que ofrece Blanca.

El mundo del toro tiene su hueco en la localidad /

Cuando llego al encuentro con Pedro Cano dejo atrás cualquier cosa que me pueda distraer: pandemia, estrés, ansiedad... y abro mi mochila de par en par. Visitar este lugar de la mano de su alma mater es el mejor alimento que uno puede tomar. Lo llaman por teléfono y me quedo por unos minutos solo, frente a la sala que expone sus cuadernos de viaje. Ahora entiendo a una de las trabajadoras de la fundación, Ainhoa, cuando me dice que es su rincón favorito. Enseguida vuelve a nuestro encuentro para seguir soñando. Su infancia, su época en Italia, pero sobre todo su madre, se cuelan entre nosotros. Gracias Pedro, no solo por ese paseo, sino por tu implicación con tu pueblo y la cultura.

Un lugar donde puedes ser tú mismo

Antes de explorar algo más este trozo de gloria que es Blanca, hablo un rato con su alcalde, Pedro L. Molina, quien, sin duda, está algo más que enamorado de su ciudad. «Aquí encuentras lugares escondidos en la naturaleza que te seducen continuamente, unas montañas donde perderte por sus sendas, otras formas de mirar la vida. Blanca es un lugar donde puedes ser tú mismo». Me despido de él y voy a buscar lo que me cuenta. Sin embargo, no me da tiempo, así que lamentablemente tengo que subirme al coche para acercarme hasta Navela. Aparco en su área recreativa y me acerco a su mirador, el cual, sin duda, merece la pena. Un valle de libro aparece ante nuestra mirada, ahora entiendo mejor lo que me dijo el gran pintor blanqueño sobre una ciudad «que parece estar tocada por la mano de Dios».

Blanca es un pueblo que parece sacado de un sueño.

De aquí vuelvo a la ciudad y subo hasta su castillo, otra vez paso por su Peña Negra y tras una subida empinada pero accesible, llego en menos de una hora hasta otro de sus miradores; y es que Blanca, por su situación geográfica, tiene tantos miradores naturales que es difícil elegir uno.

Por la tarde, y tras un paseo en piragua, me acerco a ver su Centro de Interpretación de la Luz y el Agua. Su concejala, Ana Belén, me habla de los proyectos que tienen avanzados y, si consiguen ponerlos en marcha, el corazón del Valle de Ricote puede convertirse en algo más que una referencia de turismo, cultura, deporte y naturaleza.

La sede de la diversidad culinaria

Su gastronomía también merece un punto y aparte, y es que si hay un lugar donde la diversidad culinaria tiene una sede permanente, es aquí. Esperemos que este año de pandemia y locura no deje muchos de sus lugares en la cuneta. De la cafetería Siglo XX hasta Los Murcianos; desde El Chalet al Mucab, pasando por el Bar Olga y El Molino, o tapear en el 4 Esquinas o el Bodegón. Lo mejor es dejarse aconsejar por la Oficina de Turismo.

Visito, junto a Pedro Cano, la Fundación que lleva su nombre.

Se acaba el día y en la libreta siguen cayendo lugares a borbotones. Como dice su más que bien armada página web, «Atrévete a descubrir una ruta del arte que está labrada por la maestría de Antonio Campillo. A deleitarte ante los murales pictóricos de Borondo. A sostener la mirada de la obra de Balkenhol. A mirar transcurrir el agua junto a la creación de Bernardí Roig. O a trasladarte en el tiempo por monumentos históricos y casco antiguo».

Y es que la Villa del Libro, del Toro, del Esparto, de la Pintura, de la Luz y del Agua, bien merece una misa.

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