Contar lo que otros ya han contado carece de interés, a no ser que lo contemos de otro modo. Por eso la literatura se muestra inagotable, porque a pesar de que algunos escritores nos empeñemos en reproducir las historias y mitos que nuestros predecesores dejaron fijados a fuego en el libro de arena de la literatura, jamás serán las mismas. El hombre no es nunca el mismo hombre cuando se vuelve a bañar en el río del tiempo. Una historia nunca es la misma cuando se escribe en otra época. Eso lo sabía bien Borges, quien adivinó que escribir no es otra cosa que saber reescribir.

Cuando Miguel de Cervantes escribió la divertida historia de un caballero andante no resultó tan patética como cuando la escribió Pierre Menard. A pesar de que ambos libros contenían el mismo número de palabras en un mismo orden. El tiempo es un espejo arbitrario que deforma las imágenes que a él se prestan.

Todo lo anterior lo he dicho a modo de justificación, porque me propongo contar una historia mil veces contada. Una historia de amor inventado entre Juan Ramón Jiménez y un fantasma.

Lo que le ocurrió a Juan Ramón Jiménez fue, al principio, una broma, una historia de amor y un homenaje. Hoy es una leyenda, el relato casi mitológico en el que se cuenta la creación de una musa. Quizá, la primera vez que dos jóvenes inadvertidos diesen forma a un ángel.

La anécdota es ya tan conocida por todos que se acerca al relato mitológico. Dos poetas de Perú, admiradores del genial Juan Ramón Jiménez, idearon la trama epistolar: hacerse pasar por una lánguida muchacha de piel lunar, enfermiza y sensible para llamar la atención de su adorado maestro. El poeta cayó en las redes de la ilusión. Todavía se conservan cartas en las que 'Georgina' escribía imitando el estilo del maestro: «Pero ¿a qué le cuento de mis pobres cosas melancólicas a usted, a quien todo le sonríe? Con un libro en la mano ¡cuánto he pensado en usted, amigo mío! Su carta me dio pena y alegría, ¿por qué tan pequeña y ceremoniosa?».

La teatral correspondencia siguió durante algún tiempo. Hasta que el escritor español tomó la decisión de salirse del guion, escapar del escenario epistolar y navegar hasta Perú para encontrarse en persona con la delicada, bella e inexistente Georgina.

Así que los creadores de Georgina, para no ser pillados en la burla, tuvieron que darle con rapidez muerte a la musa imaginaria. Juan Ramón Jiménez recibió desolado una misiva desde el consulado, que decía: «Comunique al poeta Juan Ramón Jiménez que Georgina Hübner ha muerto». La desesperación del poeta se tradujo en un verso titulado Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima. Una carta enviada a un ángel inexistente, que Jiménez pretendía ya con su último aliento exhalado y huido. La imaginación de dos jóvenes inspiró al gran escritor.

No es muy interesante lo incidental o circunstancial del caso. Lo que sí importa recoger en esta crónica de la inexistencia es la existencia de un ser llamado Georgina Hübner, una especie de fantasma que voló desde la imaginación voraz de dos muchachos, encriptado en cartas a través del Mediterráneo, en los albores del siglo XX.

Juan Gómez Bárcena se valió de la anécdota y escribió una novela sensible y lenta que transita entre la realidad del hecho acaecido, la libertad creadora y la propia invención literaria.

A veces pienso en cuantas personas inexistentes habitarán nuestras memorias. Personas imaginadas, mal recordadas, confusiones y mezclas de otras personas, fugitivas de sueños que se incardinan en el tejido frágil de nuestra realidad.

Yo, para acabar de cerrar el círculo (si es que la fantasía se somete a estas crueldades de la geometría) dedico estas líneas a la verdadera protagonista de esta monumental poema épico: Georgina Hübner, quien murió antes de nacer.