La vida, en ocasiones, te hace agridulces regalos. La vida te sorprende cuando menos te lo esperas y es capaz de darte la vuelta como un calcetín.

Hasta hace cinco años yo creía que estaba solo en el mundo. Creía estar enamorado de mi soledad porque tampoco conocía otra cosa. Mi pequeño paraíso se reducía a un modesto chiringuito en la playa. Me confieso querido en el pequeño pueblo costero que me acoge. El pueblo donde la conocí. Nos bastó una noche para amarnos y nos amamos como sólo pueden hacerlo unos desconocidos, francamente y sin promesas. Ella no lo sabía quizá, pero estaba huyendo de algo, de alguien o de sí misma. Pasó la noche apostada en la barra de mi chiringuito y al acabar mi jornada de trabajo me preguntó si vivía allí o podíamos ir a un lugar menos transitado.

Fuimos a casa. La casa que hoy ocupo con mi hija. La hija que engendramos esa noche y de la que ella, desconozco el motivo, me privó.

Juro por Dios que si lo hubiese sabido, la habría buscado. Volvió a los dos años, de nuevo en las fiestas del pueblo. Como un déjàvu pasó la noche apoyada en mi barra, me refrescó la memoria y los sentimientos y otra vez más, fuimos a casa, sin promesas, sin compromisos. Y una vez más, fui padre sin saberlo. Desconozco sus motivos, pero creo que conmigo se equivocó.

El caso es que mi pequeño terremoto me buscó y me encontró, dejándolo todo patas arriba.

Hasta este verano no supe de mi segunda hija. Como un regalo arrastrado por el mar llegaron mis tres nietos y mi pequeña Laura de la mano firme y libre de Enriqueta.

No cabía de felicidad. Con Enriqueta sí hubo promesas. No quería que su hermana supiera quién era yo en realidad, pero yo no podía evitar llamarla «hija mía».

Los chicos son fantásticos. El padre un cabrón, por lo que he podido saber. El menor de mis nietos tiene mis ojos y los míos se llenan de lágrimas cuando los suyos sonríen.

La vida es una putada maravillosa y tan pronto te da el caramelo, te lo quita. Sí, mi pequeña Laura llegó enferma a mis brazos. Yo creo que enfermó de vida y de renuncia.

Me cuenta el terremoto que Laura escribía y pintaba, en eso ha salido a mí. La genética es curiosa y caprichosa.

Y así es como éste último se convirtió en el mejor y el peor verano de mi vida.

Descansa en paz, querida Laura.