El cura y activista Joaquín Sánchez cree que los refugiados «se han invisibilizado, porque para llegar a ellos hay que cruzar un laberinto muy aislado y custodiado por el ejército». El sacerdote, junto a Fernando, Antoñita y Francisco se encuentra estos días en Lampedusa, la isla del archipiélago de las Pelagias, en el mar Mediterráneo, donde más exiliados han llegado durante los últimos meses.

«Están encerrados a unos seis kilómetros de Lampedusa, custodiados por la Policía y, por las tardes, se escapan saltando las vallas e incluso a nado por la propia costa», explica Joaquín Sánchez, que aclara que su objetivo «es llegar a la iglesia en la que Carmelo, el párroco del templo, les ha puesto una red wifi para que puedan comunicarse con sus familiares».

El cura murciano, emocionado, cuenta a LA OPINIÓN en un mensaje de WhatsApp que también los hay que no disponen ni de tarjeta ni de móvil y no pueden ponerse en contacto con sus seres queridos, «y con un gran dolor se van al puerto y con la mirada perdida en el horizonte recuerdan la dureza de la travesía que han experimentado». «Es una forma de conectar su corazón con su tierra y con su familia», afirma Sánchez.

Son refugiados que llegan de Somalia, Costa de Marfil, Gana o Sudán, países que actualmente están en guerra y en lo que el hambre impera en sus calles. Le cuentan a Joaquín Sánchez que el viaje, por ejemplo desde Sudán a Libia, dura tres meses «sin apenas agua ni comida, con maltrato y hasta con violaciones a mujeres. Luego, cuando llegan al Cairo, el terreno está 'minado' para que las bombas maten a muchos de ellos».

Pero el calvario continúa para los que logran sobrevivir al ya sinuoso trayecto, porque cuando llegan a Libia son asesinados, otros capturados y, los que más suerte tienen, son despojados de todas sus pertenencias y encarcelados. Algunos finalmente terminan escapando y echándose al mar buscando la vieja Europa, y cuando llegan a Lampedusa, cuenta Joaquín Sánchez, «tienen mucho miedo y temen que seamos policías. Han sufrido tanto que el temor se ve en sus ojos. Otros son más abiertos, se dejan acariciar y dialogan contándonos sus experiencias», dice el cura.

Joaquín Sánchez denuncia que muchos de estos refugiados terminan muriendo en el Mediterráneo «por culpa sobre todo del gobierno de Malta. Es una travesía durísima a la que las autoridades maltesas no acuden si hay auxilio desde alta mar. Por su parte, las italianas tardan más de lo que debieran», lamenta. Otras veces, la falta de acuerdo entre ambas administraciones provoca auténticas masacres humanas, como sucedió hace varios años, cuando la descoordinación entre los dos países provocó un naufragio en el que murieron casi 700 personas que viajaban en dos embarcaciones.

El cura murciano subraya que «esta es la realidad de lo que está sucediendo actualmente en el mediterráneo con los inmigrantes y los refugiados, que saben que si vuelven a sus países posiblemente se encuentren con la muerte, porque muchos de ellos han desertado de los ejércitos y las guerrillas porque quieren vivir en paz, no apretar el gatillo».

Por otra parte, y según le cuentan a Sánchez estas personas, la idea de crear campos de concentración de refugiados y emigrantes en Lampedusa es ya una realidad. «Unos lugares en los que se comercializa con seres humanos y en los que las mujeres más guapas y los hombres más musculosos son vendidos a las mafias», afirma.