Hace diez años (2007), coincidiendo con el centenario de su nacimiento, publicamos un libro dedicado a doña Carmen Conde Abellán, la primera mujer Académica de la Lengua. Al margen de su propia autobiografía, y otras que le dedicaron reputados autores, por nuestra parte, dado el tema a tratar en esta obra, que no es otro que resaltar la intimidad que existió entre la poetisa y el cante flamenco, y en especial el de su tierra, nos complace introducirnos en los recuerdos y vivencias que Carmen Conde mantuvo en esta agradable parcela lírico-musical, que tanto cuidaba y admiraba. Sin desviarnos ni un ápice del tronco común de la poesía, uno de los objetos primordiales de nuestro libro era dar a conocer un ramillete de coplas recogidas en un Cancionero, elaborado por la académica, a través del cual quiso adentrarse en lo más recóndito de la copla, y, por extensión, en el cante flamenco; sobre todo porque el verso, si se observa desde la armonía de las sílabas que se transforman en letras para ser entonadas, es el vehículo empleado, entre otros, por las tonadilleras de la canción española y los cantaores de flamenco, en su deseo de proclamar al viento íntimos sentimientos, ahogadas tristezas y expresivas alegrías. Carmen Conde, mujer ubérrima y a la vez profundamente enamorada de su tierra, ubicada privilegiadamente en los vértices de la poesía y la prosa, siempre mantuvo vivas, en su mente y en su corazón, las tradiciones de su amada Cartagena, muchas de ellas acogidas con profusión; y varios ejemplos los descubrimos ?a tenor de sus misivas? en los momentos en que tuvo que dar crédito y ensalzar el éxito alcanzado por los paisanos que destacaron en esto del flamenco, de ahí que su ágil pluma no dudara en explayarse en justos elogios hacia ellos, como fue el caso de los admirados amigos Antonio Grau Dauset, hijo del Rojo el Alpargatero, y su paisano Antonio Piñana. La obra literaria de la poetisa cartagenera, desde que en mil novecientos veintinueve publicara su primer trabajo, ha venido siendo motivo de cuidadosos estudios. Y quizás el primero de ellos salió de la pluma del poeta Juan Ramón Jiménez quien en 1928, augurando el éxito que aquella jovencita alcanzaría, le decía en una cariñosa misiva a Carmen: «Me ha sido usted sumamente simpática por sus cartas y poemas (?). Es verdad que yo no escribo casi a nadie (?) ¿Qué ha hecho usted para que yo mire sonriendo hacia Cartagena en esta hermosa mañana de julio? Tengo miedo de su poder magnético, romántica amiga lejana». Después, traducida a varios idiomas, fueron otros eminentes autores quienes analizaron, comentaron y elaboraron tesis sobre sus trabajos, tomando como base de estudio poemas como Brocal; de su poesía: Los poemas de Mar Menor; de su prosa: Soplo que va y no vuelve: relatos; de sus compilaciones: Antología de la poesía amorosa; de estudios, ensayos y biografías: Escritoras místicas españolas; libros para niños: El Conde Sol; las obras de teatro y aquellas otras escritas para TVE: El infinito, La perfecta ama de casa; y publicaciones realizadas en discos, como las grabaciones sonoras: Diez poetisas españolas dicen su poesía amorosa; Poetisas en lengua castellana y Carmen Conde: ausencia. En el capítulo XIV de la obra dedicada a la ilustre cartagenera quedó recogido el Cancionero de Carmen Conde, el cual quiso dejar para la posteridad; coplas por ella creadas donde se aprecia que la mayoría las compuso para ser interpretadas por los diferentes cantes (estilos) de su tierra, especialmente por cartageneras. Esta compilación de letras, en el año setenta y uno, se la ofreció, con una amable dedicatoria, al cantaor cartagenero; quien en su momento nos dijo, en referencia a la dificultad que encierra la interpretación de una letra, que todas las composiciones poéticas no pueden ser entonadas; de ahí que las quintillas que salieron de la pluma de Carmen Conde fueron detenidamente analizadas por Piñana, llegando a la conclusión de que algunas se erigen en modelos musicales únicos, debido a que, sin dificultad, pueden ser interpretadas tanto por cartageneras, por tarantas y tarantillas mineras. Pero quizás lo sugerente de las coplas, como apuntaba Antonio Piñana, sea el mensaje que la académica pretendió encerrar en sus versos, porque la belleza musical que en sí mismas conllevan permite que las estrofas queden arropadas por la armonía que le imprimen los medios tonos característicos del cante cartagenero. Carmen Conde, en su cancionero, recoge más de setenta coplas, y en sus composiciones, analizadas todas ellas verso a verso, no quiso olvidar la tragedia y el dolor que el minero, sumido en el esforzado trabajo, padeció durante siglos en las oscuras y profundas galerías de la Sierra Minera de Cartagena y La Unión, habiendo dejando esta letra para ser cantada: Está muy solo el minero / si calla como si canta. / Le hace frente al mundo entero / doliéndole en su garganta / el cante del prisionero.