Un marinero quemado por el sol y barbado en una balsa a merced de las olas en alta mar. Está atado de pies y manos a las cuatro maderas que impiden que se hunda o lo zampen los tiburones. Se llama Corto Maltés. Apareció ante los lectores metido en un buen aprieto hace medio siglo. Iba en las páginas de una revista de cómics italiana, cara, destinada a los adultos y editada por un promotor inmobiliario genovés llamado Fiorenzo Ivaldi. La publicación se llamaba Sargento Kirk, como el protagonista de un western singular y árido escrito por el guionista argentino Héctor G. Oesterheld y dibujado por el italiano Hugo Pratt.

Hugo Pratt había nacido en la playa de Lido, Rímini (Italia), 40 años antes y habría de morir en Grandvaux (Suiza) 28 después. En 1967 vivía en Malamocco, una de las pequeñas islas pesqueras de Venecia. Era un emigrante regresado. Partió de la posguerra italiana a la era de oro de la Plata y vivió en Buenos Aires hasta la crisis de inicios de los sesenta. Había publicado en Italia, en Argentina, en Inglaterra. Ahora dibujaba guiones de Mino Milani en Corriere dei Piccoli, la primera publicación de cómics de Italia. Fundada en 1908 como suplemento semanal del periódico Corriere della Sera aún vendía centenares de miles de ejemplares.

Pratt estaba rebotado por las condiciones laborales y contaba con el patrimonio de centenares de páginas originales dibujadas en los 13 años de trabajo y de bohemia en Argentina.

Su obra nueva en Sargento Kirk se titulaba Una balada del mar salado y era una historia coral en algún lugar del Pacífico Sur, primero en el océano, después en la isla Escondida. Aquel marinero atado en aspa en la balsa era uno más en una historia que tenía de novedoso la imprevisibilidad que le daba un formato abierto, algunos diálogos sofisticados, un barullo de personajes y mucha improvisación.

Hugo Pratt no sabía aún que Corto Maltés se convertiría en Corto Maltés. En la primera página original, tipo portada, el marinero de las patillas largas, la gorra de oficial de artillería y el aro en la oreja izquierda ganado al doblar el Cabo de Hornos es un personaje más, más pequeño que Caín y su prima Pandora. Pandora era una chica (como le gustaban a Pratt) de la que se enamoran todos los personajes de la historia y que al final es una mujer hecha y derecha. Será el amor platónico de Corto para siempre.

Pratt confesó años después al historiador y crítico de historietas francés Dominique Petitfaux que no sintió que en Una ballata del mare salato estuviera naciendo algo importante: «Era resultado de 25 años de experiencia y de influencias: las historietas de Caprioli, mi Capitán Cormorant, novelas o películas como Rebelión a bordo... Todo eso desempeñó un papel en mi visión de Oceanía».

Detrás estaban sus lecturas de Stevenson, London y Conrad, pero sobre todo La laguna azul, novela más conocida del irlandés Henry de Vere Stacpoole (1863-1951), que se publicó en 1908 y se llevó al cine en varias versiones, quizá la más conocida aquella con Brooke Shields en 1980.

El fondo histórico es la I Guerra Mundial, que da el tramo en el que se movió Hugo Pratt para su personaje trotamundos y 'navegamares'. Así es su 'historia'.

Corto Maltés nació en La Valetta (Malta) el 10 de julio de 1887, hijo de la gitana sevillana conocida como la Niña de Gibraltar y de un marinero de Cornualles que le dio la condición de súbdito británico residente en La Antigua (Antillas). Pasó su infancia en la judería de Córdoba, hizo su primer viaje a Egipto y con 13 años estuvo en Manchuria durante la rebelión de los bóxers. A los 17 apareció en medio de la guerra ruso-japonesa, donde conoció a Jack London, quien le presentó a un desertor ruso, Rasputín, con el que viaja hacia Sudáfrica en busca de las minas del rey Salomón, pero la tripulación se amotina y les abandona en el mar.

Entre 1908 y 1913 Corto viajó por Italia, las Antillas, India, China, Nueva Orleans... Se dedicó a la piratería, formó parte de una organización dirigida por un misterioso personaje llamado El Monje, y en uno de sus barcos, motín mediante, le dejaron atado a una balsa, a la deriva. Ahí le conocimos.

En 1916 participó en un combate de los cangaceiros (bandoleros y revolucionarios) en Brasil. En 1917, en Italia, buscó un tesoro escondido del rey de Montenegro entre desertores de los ejércitos en lucha. En Irlanda se vio involucrado en las acciones del IRA. Vivió en Somalia y Etiopía para acabar establecido un tiempo en Hong Kong, donde se lió para acabar en Siberia en la época de la guerra civil que siguió a la revolución rusa.

En abril de 1920 Corto estuvo en Venecia buscando la clavícula del Rey Salomón en la incipiente Italia fascista. Se le reencontró en Samarcanda. En junio de 1923 estuvo en Argentina y en 1924, en Suiza. En 1925 navegó el Pacífico en busca del continente perdido de Mu. Ésa es la última aventura publicada por Pratt en 1989.

Después sabemos por un personaje de Pratt en otra serie que se alistará en las Brigadas Internacionales para luchar por la República en la Guerra Civil española y desaparecerá en ella. Pero el hijo de la Niña de Gibraltar no está enterrado en una cuneta española. En el número 1 de Sargento Kirk, en un texto previo a la historieta, Pratt cuenta que Corto Maltés vivirá una vejez tranquila en casa de su Pandora Groovesmore, donde los hijos de ella le llamarán 'tío'. Así lo aclara Pratt en A la sombra de Corto, las conversaciones del artista con Petitfaux.

Del éxito dijo Pratt: «Corto llegó en el momento apropiado. Un año antes de la crisis del 68 creé un personaje libertario comprometido en la búsqueda de una nueva honradez política, lo que se correspondió con la sensibilidad de los jóvenes de entonces».

Con el cincuentenario hay una nueva edición de lujo de La balada del mar salado y un cuento de cuatro páginas de los españoles Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero, que continúan las aventuras del marino de las patillas largas que lee a Tomás Moro entre el rumor de las olas y el graznido de las gaviotas.