No siempre tuvo el mismo nombre, pero el éxito sí le acompañó casi hasta el fin de sus días. Desde 1890 hasta el 30 de noviembre de 1977, por el aclamado Hotel Victoria de Murcia de la actual Plaza Martínez Tornel desfilaron imponentes protagonistas de la sociedad de la época, tanto nacionales como internacionales, desde reyes o marajás hasta actores y artistas pasando por populares toreros de la Región y de toda España.

Recuperar una historia de casi noventa años es una ardua tarea en la que se ha iniciado Fernando García-Nieto, cuyos abuelos fueron fundadores del emblemático hotel, y que ha transcrito en forma de libro las anécdotas vividas entre los pasillos de las 120 habitaciones que conformaban el edificio con el objetivo de difundir lo que considera memoria viva de la ciudad.

Su cronología se remonta a un solar que fue ocupado en primer lugar por el Palacio Árabe que sobrevivió tras la conquista del Reino de Murcia. A principios del siglo XV fue demolido para construir un Alcázar Real, que a mediados del siglo XVIII se derribó para convertirse en Palacio de la Inquisición. Este corrió la misma suerte y pocos años más tarde se construyó un nuevo edificio de la Inquisición, en lo que actualmente es el Colegio de Arquitectos, quedando el otro edificio en desuso. Finalmente, en el último cuarto del siglo XIX, se derribaron las ruinas que quedaban y Mariano Zabálburu se hizo con la titularidad del solar. Fue así como comenzó la construcción del Hotel Universal, que se inauguró en 1890 con Félix Cabezos como regente. Habría que dar un salto hasta 1916 para aterrizar en la figura del primer Fernando García-Nieto de la generación, el que fue encargado de fundar el ya conocido como Reina Victoria. Esta denominación volvería a sufrir modificaciones debido a la proclamación de la República en España, que trajo consigo la supresión obligada del carácter ´real´ y dejó un rótulo más breve con Hotel Victoria a secas. Lo mismo sucedió en aquel momento con otros edificios e instituciones como el Real Casino o la Real Fábrica de la Seda, que vieron reducidos sus nombres.

Las estrellas que durmieron en Murcia

A través de la pluma de Fernando García-Nieto, abogado y ahora también escritor, podemos imaginarnos cómo debía ser acceder a una reserva en el Hotel Victoria. Suponía adentrarse en un mundo de lujo y exclusividad marcado por una afamada terraza a la que se podía acceder gracias a uno de los primeros ascensores que se instalaron en nuestro país, lo que suponía todo un hito en aquella época. Los calurosos veranos de Murcia eran más afables vividos desde la máxima altura de este edificio, que ofrecía a diario espectáculos musicales para las delicias y el entretenimiento de un caprichoso público que pasaba las horas sin mayores contratiempos.

Si en aquella época hubiéramos formado parte de la élite que se alojaba en este hotel, probablemente habríamos respondido al nombre de Anthony Quinn, Ernest Hemingway, Stewart Granger o al seudónimo de ´el animal más bello del mundo´, en el caso de Ava Gardner. También podríamos haber sido uno de los grandes artistas hispanos de aquellas décadas, como Marisol, Lola Flores, Concha Piquer, Antonio Machín, Carmen Sevilla o Sara Montiel. Incluso el hotel fue escenario en los años 60 de una película de producción alemana llamada La muerte de Tamara Bunque y que durante una semana fue una atracción añadida para animar el hall.

También el mundo taurino asumía un peso especial de las estancias reservadas. El aclamado Manolete y los locales Miguel Mateo ´Miguelín´ o Manolo Cascales son algunos de los nombres que brillan en la cantera de clientes del Victoria. En palabras del autor, cuando acudía ´El Cordobés´ tenían que acordonar toda la zona. «Incluso en una ocasión no dejaban pasar a uno de los recepcionistas hasta que no comprobaron que efectivamente era trabajador del hotel», relata como una de las anécdotas que giran en torno al inmueble.

Un sinfín de anécdotas

Historias antiguas del suministro de leche de burra y de cabra, el cinturón ´curalotodo´ que sanaba desde las almorranas hasta la impotencia, la visita que se alargó del rey Balduino de Bélgica o el hombre mosca que escaló el hotel son otros de los relatos que García-Nieto ha querido plasmar en su libro, donde advierte de que ha reunido cientos de anécdotas, «algunas algo escabrosas», según comenta.

Con cierto reparo recuerda cómo en las tertulias que se organizaban en sus salones durante los años 40, en las que se hacía un repaso por los conflictos políticos de la época, el país pasaba por una fase donde la economía no era muy boyante. Eso dificultaba saciar los antojos de los que allí se reunían y no permitía a los participantes más que pedir un café y abusar de vasos de agua. Ni una gota de alcohol para ´arreglar el mundo´ en aquellas tardes en las que, al camarero que se encargaba habitualmente del turno, se le empezó a conocer popularmente como Santiago ´el Aguador´.

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Imagen frente a la entrada del Reina Victoria.

Luces y sombras

Además del incuestionable lujo en las instalaciones, otra de las claves del éxito a lo largo de los años era el trato con los clientes, que el nieto del fundador califica orgulloso de «excelente». Cuenta cómo su padre, que tomó las riendas del negocio en el año 1940, preparaba desayunos con servilletas personalizadas en función de las nacionalidades del cliente, atendiendo a los distintos idiomas en los que a cada cual le gustaría recibir sus ´buenos días´. Incluso él mismo se subía a los autobuses cuando llegaba el momento de la despedida de grupos de clientes y les regalaba café para que se fueran con buen sabor de boca de la ciudad. Vital fue también la conexión con los tour operadores europeos y la aparición del Hotel Victoria en la Guía Michelín como un brote de luz que supuso un importante impulso para hacer más atractiva esta parada en el camino que tradicionalmente se detenía más en la Comunidad Valenciana o en algunas provincias de Andalucía.

Y como todo son etapas, la de esplendor no podía ser eterna. En los años 60 se planteó un proyecto para modernizar el edificio que requeriría el derribo total de la parcela y la construcción de un nuevo inmueble que tendría veinte plantas y en el que se planeaba destinar las tres superiores a hotel. Sin embargo, el Ayuntamiento rechazó la propuesta alegando que era «demasiado futurista», pero el ritmo de crecimiento en el resto de la ciudad no se frenaba. Empezaron a surgir nuevos centros hoteleros y la imposibilidad de abordar las reformas previstas dejó al Hotel Victoria en un recuerdo que aún hoy día inspira añoranza y que forma parte de la biografía de la ciudad.