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Crítica de 'Wolfgang (Extraordinario)': Un relato de aprendizaje

El personaje principal padece el síndrome de Asperger y tiene un coeficiente intelectual que le hace ir dos cursos por delante en la escuela

Una imagent del rodaje de 'Wolfgang (Extraordinario)'

Una imagent del rodaje de 'Wolfgang (Extraordinario)'

Quim Casas

Barcelona13

Wolfgang es, efectivamente, un niño extraordinario. Padece el síndrome de Asperger, tiene un coeficiente intelectual que le hace ir dos cursos por delante en la escuela, toca muy bien el piano –de ahí el nombre que le puso su madre, también pianista, en homenaje a Mozart– y, pese a la dificultad de relacionarse con el mundo, ha vivido una infancia más o menos feliz con su madre. Cuando ella muere, y tras un breve tránsito en casa de su abuela, Wolfgang tiene que irse a vivir con su padre, Carles, a quien no ha conocido por decisión de su madre.

 El filme, un cuidado intento de hacer cine dramático y popular en catalán, posee los códigos del relato de aprendizaje, el de la complicada convivencia entre los dos y, sobre todo, el de proceso de maduración de Carles, un tipo sin aparentes problemas, discreto actor que aspira al cine pero debe contentarse con el papel de camarero en una serie televisiva. Hay personajes que no acaban de funcionar, como el de la profesora de piano y psicóloga a la vez, en contraste con el buen dibujo que se hace del padre y el hijo, las escenas en París y las bromas a costa del ecosistema de un determinado cine catalán, con Carlos Cuevas, J.A. Bayona, un filme titulado ‘L’hospici’ y hasta un cameo ‘inmaterial’ de nuestra compañera Desirée de Fez.

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