Crítica de 'A Complete Unknown': Un gran Chalamet para un Dylan muy pequeño

Dado que para hacer su película sobre Johnny Cash, ‘En la cuerda floja’ (2005), James Mangold recurrió a buena parte de los clichés que explican la mala reputación del biopic musical, es una grata sorpresa que haya optado por otro enfoque al aproximarse a quien, después de todo, tal vez sea el icono más esquivo y reacio a etiquetas de la música del siglo XX. Como ‘I’m Not There’ (2007), ‘A Complete Unknown’ abraza los misterios consustanciales a Bob Dylan en lugar de intentar resolverlos; el problema es que, si en la obra maestra de Todd Haynes el músico era un continente de multitudes, Mangold lo retrata más bien como un conjunto vacío, o un mero recipiente de su propio genio. 

Según la mirada abrumadoramente reverente de ‘A Complete Unknown’, Dylan es un hombre del todo carente de vulnerabilidad, y legitimado por su inmenso talento para ser un cretino. Este Dylan va dando tumbos de un momento de inspiración divina al siguiente, aparentemente ajeno al significado de sus propios versos y extrañamente desapegado del contexto político que lo rodea, y generando innumerables primeros planos de gente que queda boquiabierta ante su talento.

En otras palabras, la película hace justicia a su propio título -en castellano, un completo desconocido- de la peor manera. Y, por tanto, pese a ofrecer una seductora recreación de la Nueva York de los años 60 y una magnífica interpretación de Timothée Chalamet, impecable cuando canta y toca el nutrido catálogo de canciones de Dylan que aparecen en la película y al personificar al músico con exactitud pero sin caer en la imitación, ‘A Complete Unknown’ en ningún momento convence de la necesidad de volver a revisitar uno de los periodos más escrutados de uno de los artistas más analizados de todos los tiempos.