Con los Los cazafantasmas está pasando algo parecido como con Terminator, todo el mundo sabe que tiene entre manos un bombazo de taquilla, pero no se termina de dar en la tecla. El publico sigue yendo a las salas, más atraídos por la nostalgia que por la seguridad de que vayan a ver una buena película. En el caso concreto de la saga de los cazadores de espectros, las secuelas no han sido tantas, aunque no exentas de polémica.

Sobre todo, en lo que se refirió a Cazafantasmas (sin ‘Los’ delante), que venía a ser una versión femenina de la historia original, como si eso fuera a jugar en su favor en tiempos del #MeeToo. Sin embargo, si la película era mala, nada tenía que ver su hipotético feminismo más impostado que otra cosa.

Es, como dicen por ahí, que quieren convertir a James Bond en una mujer… Es como si decidieran hacer de la teniente Ripley, en la saga Alien, de Clarice Starling en En el silencio de los corderos o de Tomb Rider en un hombre. ¿Qué sentido tiene?

El caso, Los cazafantasmas. Más allá se estrenó la semana pasada. Este título venía con el particular aliciente de que estaba dirigido por Jason Reitman, hijo de Ivan Reitman, director de la película original. De hecho, Jason Reitman ya había demostrado ser un cineasta ciertamente competente, aunque fuera con títulos que nada tenían que ver con la filmografía de su padre, con películas como Gracias por fumar (2005), Juno (2007) o Up on the air (2009).

Es curioso, no obstante, que Jason Reitman, que en su momento ganó incluso un Oscar al mejor guion por Up in the air, haya ido de fracaso en fracaso desde entonces con títulos que, sin ser malas películas, nadie ha visto o casi nadie recuerda, como Young adult (2011), Una vida en tres días (2013), Hombres, mujeres y niños (2014), El candidato (2018) o Tully (2018).

Digo todo esto porque suele ser frecuente que cuando a un cineasta han dejado de prestarle atención en Hollywood busque una fórmula, por descabellada que parezca, para volver a estar en primera línea. Ya se sabe, en Hollywood uno vale lo que su última película ha recaudado y últimamente Jason Reitman valía bastante poco por más que jugase a moverse por los márgenes de un cine más o menos independiente.

Una fórmula, y de las descabelladas de verdad, era la de ponerse detrás una de una tercera entrega de Los cazafantasmas, sobre todo cuando el cine de Jason Reitman no tiene nada que ver con el estilo descacharrante de su padre. En cualquier caso, es cierto que el niño se debió criar entre fantasmas de gomaespuma, así que algo debió de quedar de aquello, de modo que, ¿qué podía salir mal?

Paralelamente a todo esto, se llevaba años hablando de continuar la saga original. Dan Aykroyd, autor del guion original (y hoy un actor injustamente olvidado), estaba exhausto de darle vueltas y más vueltas a un planteamiento que al año siguiente era otro nuevo y que al siguiente era otro todavía más nuevo. Bill Murray estaba aburrido de decir que no estaba interesado en hacer una tercera entrega y para colmo Harold Ramis, coguionista y el tercer cazafantasma, Igor Splenger, falleció en 2014. Como consecuencia, Ivan Reitman también anunció que no dirigiría una tercera entrega y en general la idea se desinfló.

Fue entonces cuando por sorpresa, fíjense ustedes qué casualidad, Jason Reitman anunció que había escrito a cuatro manos un guion con Gil Kenan (director de Monster House y el remake de Poltergeist). Reitman y Kenan escribieron un libreto que hacía borrón y cuenta nueva con todo lo que se había hecho antes y que, en esencia, partía de la película original para ofrecer un emotivo homenaje a sus fans. No se le puede negar a Reitman y Kenan que hayan ido desencaminados.

Han cogido la esencia del original y la han llevado a un remoto pueblo de la América profunda para situar al frente de su historia a un grupo de niños y de este modo hacer de esta película una mezcla entre Los cazafantasmas y Stranger Things.

De este modo, los que estamos enamorados de la película original estaremos encantados y lo más probable es que se capte a algún nuevo espectador, encandilado por códigos y formas muy reconocibles. Jóvenes preadolescentes en un pueblo que desconocen, primeras notas de un incipiente amor y las dificultades de encajar en un nuevo entorno. Todo muy habitual en esto casos.

Pese a que Cazafantasmas: Más allá es una película correcta y hasta entretenida, se sitúa a años luz de la irreverencia de la película original que, al final, era la gracia del asunto. No nos engañemos, Los cazafantasmas de 1984 no era ninguna obra maestra, pero fue y sigue siendo una propuesta fresca y desvergonzada en tanto trataba de situar a unos incorregibles zánganos universitarios dentro de un contexto pseudocientífico presumiblemente serio.

Y ahí estaba la gracia. En esto, y en que el filme de Reitman se tomaba en serio a sí mismo cuando tenía que hacerlo y, cuando no, no era más que un chiste. Y llevaba muy bien esa dualidad.

En Cazafantasmas: Más allá, en cambio, no hay mucho de todo esto. Sin dejar de ser simpática y correcta, no es nada irreverente. De hecho, es excesivamente correcta y previsible, tanto que casi es un remake de la versión del 84. Eso sí, se toma en serio cuando tiene que hacerlo y se sabe un chiste cuando no dice más que tonterías, lo que también se agradece.

Hay pocas cosas más importantes que el hecho de que una película sea consciente de lo que es en sí misma y tanto Los cazafantasmas como Cazafantasmas: Más allá lo son. Otra cosa es que esta última cinta sea una película que se sitúe en el ‘más allá’. Yo más bien la dejaría en el ‘más acá’.