Hace poco un amigo me recomendaba leer un libro. Se titulaba Mal de altura (Desnivel) y relataba con todo lujo de detalles una tragedia acaecida en el Everest de la que, francamente, no tenía ni idea. Lo mejor es que había dos películas basadas en el libro, Tragedia en la montaña (1997) y Everest (2015), casualmente disponible en Netflix hasta finales de este mes. Afortunadamente me ventilé el libro antes de ver la película, entre otras cosas porque no se trata de una novela, sino de más bien un artículo periodístico estirado al formato libro. 

La razón de todo esto viene porque Jon Krakauer, un periodista y escritor con reconocida formación como alpinista, logró el anhelo máximo de cualquier montañero cuando fue enviado a escalar el Everest para escribir un artículo para la revista Outside. A mediados de los noventa se había convertido en una moda eso de tocar el techo del mundo y la revista llegó a un acuerdo con la principal empresa encargada de llevar a sus clientes al Everest, Adventure Consultants. A cambio de publicidad, un periodista designado sería conducido a la cima más alta del mundo con todos los gastos pagados. Y ese periodista fue Jon Krakauer.

Y era una buena oferta, créanme. Subir al Everest está en manos de cualquiera que tenga 65.000 dólares en el bolsillo. De hecho, solo por curiosidad, antes de escribir esto entré a la web oficial de Adventure Consultants y dando unos pocos datos y haciendo un depósito de 15.000 dólares podía reservar mi escalada al Everest para el año que viene.

Y el caso es que, en el libro, mientras se fue haciendo el ascenso todo fue bastante bien. Además, uno conoce multitud de curiosidades, como que el que quiera escalar la montaña más alta del mundo, además de los 65.000 dólares, debe procurarse el viaje a Katmandú y, desde luego, el equipo de escalada. Leyendo el libro de Krakauer uno descubre también la guerra de primas y autorizaciones que se llevan entre sí Nepal y China. El Everest se puede coronar desde ambos países, pero la cara nepalí es la más fácil, asumiendo que escalar el Everest no tiene nada de fácil. Pero, además, uno también descubre que antes de llegar a la cima hay que pasar por un periodo de acondicionamiento a zonas más altas con poco oxígeno. Hay que subir y bajar entre los cuatro campamentos dispuestos durante semanas, por lo que escalar el Everest suele llevar mes y pico.

El caso es que todo fue bastante bien hasta que se llegó a la cima. Por el camino, Adventure Consultants se tropezó con otras expediciones con su propio calendario de escalada, lo que provocó un inesperado cuello de botella en el conocido como Escalón Hillary, una pared vertical de doce metros de altura a escasos cien metros de la cima (y háganse a la idea que recorrer cien metros en el Everest puede llevar horas). A partir de aquí todo lo que pudo salir mal salió mal y, por si fuera poco, una pizca de mala suerte hizo el resto.

Rob Hall, guía principal y fundador de Adventure Consultants, toda una leyenda del alpinismo por encima y por debajo de los ocho mil metros, puso como hora máxima las dos de la tarde. Si a esa hora alguien no había hecho cima tendría que darse la vuelta, pero el propio Hall no siguió su consejo y hasta las cuatro de la tarde estuvo llegando gente a la cima. Por si fuera poco, una inesperada tormenta hizo el resto. Doce personas murieron entre el 10 y el 11 de mayo de 1996.

Jon Krakauer, que se salvó por lo pelos, se volvió a casa con un artículo fuera de serie, eso sí, pero también con un profundo trauma íntimo y personal. Estar tan cerca de la muerte cambia a cualquiera. De modo que Krakauer escribió su artículo, pero necesitaba escupirlo todo, de modo que se lanzó a escribir un libro, Mal de altura. Créanme, vale la pena.

¿La película? Bueno, siempre se ha dicho que una película nunca puede ser tan buena como un libro y, aunque yo no comparto esa opinión, es una perfecta definición para Everest. La cinta de Baltasar Kormákur se dispersa demasiado en tantos personajes que, sencillamente, no los puede abarcar. Además, descoloca el punto de vista de la historia, se la quita a Krakauer y se la da a Rob Hall y a Beck Weathers, un texano que inexplicablemente se salvó de una muerte que para cualquier otro habría sido segura.

Esto altera el rumbo y casi el sentido de la historia porque lo que ocurre en la película parece que sucede fruto únicamente de una mala decisión, que fue así, pero en parte, fundamentalmente, porque eso no fue lo único que pasó. Además, Krakauer describe en su libro con todo lujo de detalles cómo fue su descenso y cómo la tormenta se lo fue poniendo por momentos más difícil mientras se iba encontrando los cuerpos inertes de sus compañeros por el camino. Y eso fue lo que marcó al periodista y, sobre todo, lo que forzó a Krakauer a escribir un libro. ¿Podría haber hecho algo por aquella gente?

Generalmente les suelo recomendar que vean una película y además de actualidad, no sea que no me vaya a leer ni el gato. Pero hoy ni eso. Les voy a recomendar un libro que además tiene más de diez años. Mal de altura. ¿Habrá alguien al otro lado?