Ha configurado una saga de películas de terror de considerable éxito tanto en Estados Unidos como en el plano internacional, con recaudaciones en taquilla que han superado los 250 millones de dólares y aunque se hable de ella en términos de secuela de Annabelle, que dirigió John R. Leonetti en 2014, es más exactamente una precuela que tiene como fuente de inspiración una cinta de 2013 de James Wan, Expediente Warren: The Conjuring.

Son todas ellas, desde luego, modestas y nada relevantes muestras de un cine terrorífico infestado de elementos gratuitos con el fin de asustar a un auditorio que disfruta de semejante menú. Su único y reconocible mérito es el de haber creado un objeto siniestro, la muñeca Annabelle, un juguete de porcelana extraído de un museo de los horrores que contribuye con sus enormes ojos y su mirada fija a sembrar el horror. Segundo largometraje del director David F. Sandberg, que debutó en 2016 con otro ejemplo de esta especialidad, ´Nunca apagues la luz´, es un producto tramposo que pretende incrementar los niveles de la tensión y del miedo elevando el volumen del sonido, una música que chirría y que suena de forma súbita y exagerada. Con ese esquema, que incluye algún que otro susto y con la dichosa muñeca haciendo de las suyas, es decir nada, es más que probable que el público no salga defraudado, sobre todo si no desprecia unas dosis limitadas de masoquismo.

Annabelle vuelve a hacer acto de presencia años después de que la desgracia haya anidado en el hogar del fabricante de muñecas Samuel Mullins y su esposa, Esther, que han perdido a una hija en un trágico accidente y que se han recluido en una vieja, aislada y enorme mansión en la que acaban de acoger en un orfanato a seis niñas huérfanas y a la monja que las cuida, Charlotte. Con su llegada, esa semilla del mal inicia su particular compendio de horrores con los nuevos huéspedes.

La primera que recibe su visita es la pequeña Janice, que se ha instalado en una habitación y que no puede moverse por culpa de la polio, un factor que la deja a su merced. Es el comienzo del repertorio de sustos.