Encaja de lleno en el apartado de las sorpresas y aunque ese factor ha sido erosionado de forma inevitable tras la presentación de la cinta en el Festival de Cannes, de haber logrado el Premio Especial del Jurado y el del Público en Sundance y, finalmente, como consecuencia de sus cinco nominaciones a los Oscar, entre ellos las de mejor película, actor de reparto (J.K. Simmons) y guión adaptado, a pesar de ello hay que reconocer que no cabía esperar un espectáculo semejante.

No ya por el hecho de que es solo el segundo largometraje de Damien Chazelle, que es también el guionista único, tras haber dirigido en 2009 la desconocida Guy and Madeline and the Park Bench, que no vimos en España, sino porque denota unos soportes dramáticos más que solventes y un vigor inusitado en el tratamiento de los dos protagonistas, dos seres unidos por una pasión común, la música de jazz, pero separados por la actitud tiránica y cruel hasta el límite de uno de ellos.

Precisamente por la intensidad y la convicción con que interpreta este personaje, J.K. Simmons obtuvo el Globo de Oro al mejor actor de reparto y es el mejor situado para conquistar el Oscar. Un relato tan vitalista como éste solo podía ser fruto de la propia experiencia de una persona, naturalmente del director y guionista, que actuó como batería de un grupo de jazz de un instituto y que fue víctima de los excesos de un profesor que le intentaba adentrar en el campo de la música con mano de hierro. Andrew, en efecto, vivirá una experiencia terrible en su afán de aprendizaje y sentirá la paradoja de que su gran amor y pasión por el jazz se le inculca a través del insulto, de la desconsideración y del desprecio.

Algunos podrían pensar, a la luz de los excelentes resultados, que Fletcher es un profesor deliberadamente ruin pero sumamente eficaz que logra su objetivo de hacer buenos profesionales de jóvenes principiantes, pero lo que está por encima de todo es la dignidad de las personas que él a menudo humilla. Como se preguntaba Chazelle, si el deber de un profesor es empujar a un estudiante hacia la grandeza, ¿dónde está el límite?