Simone Veil es un personaje clave de la Francia contemporánea. Una abogada, funcionaria y política de primer nivel que rompió las barreras de género y que es una de las seis mujeres, frente a 75 hombres, enterradas en el Panteón parisino, el lugar en el que descansan quienes ostentan los máximos honores de la patria. A Veil se la recuerda hoy sobre todo por haber conseguido despenalizar el aborto en su país en 1975, cuando era ministra de Sanidad. Pero el recorrido por su vida que traza el biopic Simone, la mujer del siglo, recoge muchas más vivencias y combates. El infierno que vivió en diferentes campos de concentración nazis aquella joven inquieta, criada en el seno de una familia judía, burguesa y republicana que quedó diezmada por el Holocausto, marcó su vida para siempre. Aunque quizá fue también aquel episodio terrible el que la convirtió en una luchadora infatigable por la justicia que se batió no solo por los derechos de las mujeres, sino además por los de los presos en las cárceles, por los de las víctimas del SIDA o por el futuro de Europa, un continente al que trató de conducir por el buen camino como la primera presidenta electa del Parlamento Europeo.

Elsa Zylberstein, una actriz popular y premiada en Francia sin mucha resonancia en España, es la encargada de dar vida en la película a la Veil madura (de sus años más jóvenes se ocupa Rebecca Marder). Ella ha sido además la impulsora de un proyecto que dirige el especialista Olivier Dahan, responsable de otros biopics como Grace de Mónaco o La vida en rosa, sobre la cantante Edith Piaf. La cinta, que se extiende a lo largo de casi dos horas y media, cae a ratos en el sentimientalismo y los lugares comunes, pero es eficaz como retrato de una mujer irrepetible y de una Francia que evoluciona a lo largo de algo más de medio siglo. Durante la entrevista en Madrid, Zylberstein está irreconocible sin la caracterización a la que la ha obligado su personaje, pero habla entusiasmada del éxito de su criatura, la película más taquillera en Francia de los últimos meses.

P. La iniciativa de hacer la película es de usted, que conocía personalmente a Simone Veil.

R. Si, la conocí. Le entregué un premio en Paris, en la Gala Scopus que organiza la Universidad Hebrea de Jerusalén. Me quedé impresionada, y al conocerla empecé a entender mejor quién era. Después nos vimos varias veces más. Y me dije: hay que hacer una película sobre ella, su vida es un viaje único. Esta mujer resiliente, con un valor inmenso, que había hecho tanto por los demás. Detrás de su armadura, de esa frialdad que desprendía, había una enorme humanidad. Pero tardé, claro, porque mientras ella vivía era complicado hacer la película, por respeto a la familia. Cuando murió, saliendo de su entierro, lo tuve claro: lo hago. Entonces busqué los productores, y cuando me preguntaron en quién pensaba como realizador, dije que solo había una persona que lo podía hacer, Olivier Dahan, que había hecho el biopic de Piaf. Le llamé esa misma noche, al día siguiente fui a verle y a las tres horas ya me había dicho que sí.

P. En la película aparecen varias entrevistas que le hacen a Veil, en particular una en su casa en que se desvela buena parte de su personalidad y de su historia. Más allá de sus encuentros, entiendo que esa debió de ser la principal fuente para preparar el personaje.

R. Me pasé todo un año trabajando en el personaje. Lo dejé todo por este proyecto. Gané nueve kilos y me ví todo lo que había, lo devoré sin parar. Era una obsesión total. Me fijaba en cada cosa que hacía, cómo bajaba de los coches, cada movimiento. Esa entrevista es un documental de Jean-Emile Jeannesson, y lo hemos reproducido exactamente. Ella acaba de ser nombrada ministra y explica quién es: esta es mi vida, me deportaron, perdí a mi hermana… Todo eso fue más que una inspiración, fue mi alimento diario.

P. A lo largo del metraje vemos a una Simone Weil con un temperamento cada vez más fuerte, claramente endurecido por la tragedia, pero también por la permanente pugna con los hombres. ¿Cómo se fue conformando ese carácter?

R. Cuando Veil es joven es una chica alegre, pero ya tiene carácter. En sus cartas, en sus libros se nota. Es una guerrera. Luego la endurece el tener que sobrevivir, como a cualquier persona que ha pasado por un campo de concentración. Durante un año hablé con Paul Schaffer, que fue su mejor amigo en Brobeck [un subcampo de Auschwitz], con Marceline Loridan y con Ginette Kolinka [también compañeras de experiencia en la deportación y los campos] y lo alucinante es que esta gente está llena de fuerza vital. Todos están obsesionados con la idea de la transmisión, con que no se debe olvidar lo que ocurrió. Claro, en Simone hay furia, hay ira. En un momento de la entrevista en la chimenea lo dice: “Quizá sobreviví porque fui la más dura”. Aprendes a endurecerte, porque vives el infierno y conoces lo monstruoso en tu propia carne. Y te tienes que proteger. Pero en la película no queríamos reflejar solo esa apariencia dura, brutal. Queríamos a la Veil que se deshace el moño. Saber quién estaba detrás del personaje público. Cuál era su fallo, sus debilidades, su humanidad.

P. Interpreta a Simone Veil desde los 38 hasta los 87 años. El trabajo de caracterización es impresionante.

R. Si fuera sólo maquillaje, no sería nada. A cualquiera le pueden maquillar. Bueno, eran cuatro horas de trabajo para los 38 años y siete horas para los 87. Pero lo más complicado fue encontrar la intimidad, que en mi mirada hubiera ese dolor, esa furia, esa fuerza. Además, estaba de acuerdo en algo con Olivier: no queríamos hacerlo “a la francesa”, sino “a la americana”, como un Gary Oldman. ¿Cómo vas a trabajar la intimidad, lo interior, si mi cara es la de siempre, demasiado conocida? Por eso estuve de acuerdo en que había que transformarme físicamente.

"Para mí el cine es político, incluso cuando haces una comedia. Tienes que comprometerte. Una película es un arma, literalmente"

P. Este tipo de biopics tienen una dimensión que va más allá de lo cinematográfico, un propósito casi pedagógico. ¿Tenía claro que quería que así fuera?

R. Fue un poco inconscientemente, porque al principio no lo pensé. Aquella era una historia fantástica, simplemente había que hacer una película. Ahora ya no es casi ni una película de época, porque hay combates en ella totalmente actuales. El totalitarismo, Europa, la indignidad. Todo lo que ella combatió vuelve a estar ahí. Por eso lo fabuloso y lo increíble -hemos vendido dos millones de entradas en Francia- es que se está apoderando de la película una generación joven, chicas de 13, 14, 15 años. Y Veil se está convirtiendo en un modelo para la joven generación. Para mí el cine es político, incluso cuando haces una comedia. Tienes que comprometerte. Una película es un arma, literalmente. Leer un libro, ver un documental... no es algo asequible para todos. Pero una película sí, quizá porque es algo más lúdico.

P. Simone Veil es una de las grandes personalidades de la Francia reciente. ¿Pero Francia conoce bien a Simone Veil?

R. Conocen la ley del aborto que debemos a Simone Veil. Pero no conocen todos sus combates. Por ejemplo, nadie se acuerda de lo que hizo por los enfermos de SIDA, ni por las condiciones de las cárceles. Además, a mí me parece útil volver a decir las cosas, insistir. Porque la historia tiene una memoria muy corta. ¿Qué está ocurriendo en Ucrania, por ejemplo? La opresión es tremenda en muchos lugares. La dominación masculina sigue, no evoluciona, no cambia nada.

P. Simone Veil consiguió despenalizar el aborto en Francia, pero en la película vemos qué dura fue la lucha para conseguirlo. Los insultos, el desprecio de los hombres. Aquella Francia que venía del 68 y que desde España se veía como abierta y progresista, era una Francia todavía muy machista.

R. No olvidemos que era la Francia de Giscard [d’Estaing, el presidente de centro-derecha que la nombró]. Chirac [entonces, su primer ministro] le había dicho: “esto del aborto es una historia de mujeres. Que se apañen ellas. Mejor una mujer para ministra de Sanidad”. En 1974 solo había nueve mujeres en el parlamento frente a 481 hombres. Y la insultan. Como mujer y como judía. Se atreven a llamarla nazi. A decirle que manda los fetos a hornos crematorios. Le envían cartas antisemitas. Ella escribió su célebre discurso en la Asamblea casi sola, y su valor fue increíble. No dijo nunca: “las mujeres tienen derecho a hacer lo que quieran con sus cuerpos”. No. Lo que ella decía era que el aborto siempre había sido y sería un drama, pero que en aquel momento era una cuestión de salud pública, porque las mujeres seguirán poniendo su cuerpo en peligro por abortar.

P. ¿Era Simone Veil una feminista en el sentido actual? En Francia, el movimiento se vió bastante enturbiado hace unos años cuando un grupo de actrices e intelectuales se manifestaron contrarias al #metoo.

R. Yo no puedo hablar por ella. Pero su feminismo es un feminismo como el de Elisabeth Badinter. No es un feminismo que odie al hombre, es un feminismo de la igualdad. Los hombres y las mujeres deben mirarse a la misma altura y respetarse. Dicho esto, a mí me parece muy bien que las mujeres hablen, aquel fue un movimiento muy necesario. Respecto a si Weil era feminista, en Israel se lo preguntan, y ella primero dice que no, pero luego dice que sí. Yo diría que no era militante, pero sí feminista.

"Cuando la gente como ella vuelve de los campos, sienten vergüenza. Fue tan ignominioso lo que vivieron que no lo podías contar. Muchos se callaron. Y empezaron a hablar 20 años después"

P. La película trata otro tema espinoso, que además le afecta a usted personalmente: la cuestión de los judíos en Francia. Hay un momento en el que su personaje dice: “habíamos sobrevivido para callarnos”. No parece que estuviera muy contenta con este asunto.

R. Veil tiene una fe enorme en el ser humano. Por ejemplo, no le gusta la película de Marcel Ophüls Le chagrin et la pitié, donde se muestra a los franceses como colaboracionistas. Ella siempre admiró a los resistentes. Pero cuando la gente como ella vuelve de los campos, sienten vergüenza. Fue tan ignominioso lo que vivieron que no podías contar lo que había ocurrido. Muchos se callaron. Y empezaron a hablar 20 años después. Hoy en día, Francia sigue haciendo frente a su historia. Por eso quería hacer esta película. ¿Que si Francia es antisemita? No me atrevería a decirlo. Hay gente antisemita, desde luego. Pero Francia es un país maravilloso.

P. Su familia paterna es judía. ¿Pasaron por algo parecido a lo que padeció Veil?

R. Sí. Mis abuelos paternos eran judíos, peleteros, y se escondieron en Lyon. A cosecuencia de eso, mi padre fue un niño escondido, un niño que durante tres o cuatro años no existió, porque no podía salir a la calle. Además mis bisabuelos, que vivían en Lituania, ella murió en Treblinka, y él en otro campo.